Más allá de la
ficción
Verónica Nagore
Destapo una botella, comienzo a
dar grandes sorbos… Los recuerdos del ayer revolotean incesantemente, las
imágenes de lo vivido son proyectadas vertiginosamente en una interminable
película que mi yo interior ha venido
filmando desde pequeña, cinta que de repente ya de adulta manda intermitentes flashazos
de luz moviéndome y tratando de
subsistir en pleno medioevo moderno, y tal
vez para no perderme en tanta oscuridad me aferro a ellos, porque lo que veo en
mi presente es una enorme prisión con barrotes invisibles que me espanta, me da
miedo y decepción.
Mis padres provincianos me traían a la ciudad capital
desde temprana edad, y desde que la conocí me pareció impresionante, simplemente
un mounstruo gigantesco que devoraba seres sin cesar. En la primera visita
grabe en mi memoria la sonrisa malévola de los gigantescos edificios y las
calles llenas de seres que pasaban unos junto a los otros sin mirarse, sin
reconocerse como semejantes.
Todos ellos se movían a gran
velocidad como piezas de un rompecabezas donde no encajaban las piezas unas con
otras, esos seres que aparentaban ser como yo, deambulaban, parecían estar
habituados al ambiente lleno de smog, al
ritmo tan presuroso y sin descanso en el que viven en las grandes urbes, donde
la gente no puede darse el lujo de tomarse un minuto para, ser, para respirar.
El Distrito Federal-por donde se
le viera, estaba repleto de oficinas, fabricas, hoteles, moteles, empresas, tugurios,
calles donde posa gran cantidad de gente que vendía su piel, su sexo, placer.
Confieso que cuando ya era adolescente, me causaba morbo y emoción el
ver a las prostitutas con sus cuerpos voluptuosos que se contorsionaban de una
esquina a otra, esperando a los atrevidos catadores de su sexo… quién iba a
pensar que con el paso del tiempo esto se convertiría en algo nimio que
comentar.
Qué
curioso cuando escuchaba a mi madre decir que
para lo más moralistas la venta de sexo, era lo más escandaloso en los
años setentas… y el mirar cómo se sonrojaba cuando llegábamos a la Glorieta
Insurgentes y pasábamos por dos locales que aún existen y en los que se ven
prendas íntimas llenas de lentejuelas,
plumas en colores fosforescentes y estoperoles
a la altura de las chichis o los huevos (testículos), que según mi madre eran propias de gente
“indecente”… esos sucesos para nada anunciaban el apocalipsis que se está
viviendo hoy día y toda la decadencia y la mierda que se respira, que se come, que se viste,
que se mira… que nos gobierna.
Dicen que los tiempos pasados
siempre son mejores que el presente mediato, yo no podría contestar a ciencia
cierta, pero si podría asegurar que me
sentía segura cuando caminaba al lado de
mi papá por esa tripa inmensa llena de aparadores y negocios, llena de misterio
y sorpresas, Avenida Insurgentes era un punto que no podía faltar en el
itinerario de nuestros viajes anteriores y era el punto más clamado en mi
agenda ahora que estoy de vuelta como adulta en esta Medea.
No es que todo en mi vida, en la
vida, en la sociedad haya sido color de rosa, pues en los periódicos se
informaba ya de los muertos por los
asesinatos que cometía el gobierno en contra de campesinos y obreros, en provincia, se hablaba de muertos por riñas,
en los noticieros nacionales se repetía y repite una y otra vez lo del
feminicidio de las mujeres asesinadas en Chihuahua, de los cuerpos
encajuelados en Sinaloa y de que justo ahí se encontraban en rebatinga el
liderazgo de los carteles de la droga y más recientemente se mencionaban los
cuerpos inertes que habían sido colgados en Cuernavaca, justo en la glorieta de
las Palomas… de lo famoso que se ha vuelto el estado de Morelia por el
sembradío de marihuana en cerros y parcelas, que protegen con la vida l@s
campesin@s y ni que decir de la estúpida guerra contra el narcotráfico que no
logro ni logrará nada, sino romper con el código que existía entre ellos (los
narcotraficantes) de no llevarse entre las patas a mujeres y a niñ@s, esa
estúpida decisión “política”, empeoro por mucho la situación pues no
consideraron que ahora son muchos los grupos y todos, to-dos quieren mandar.
Todas esas noticias, todas esas
fotografías de los periódicos amarillistas o alarmistas que perpetúan la imagen
de la violencia, como “lo más normal”, no me quitaron las ganas
de volver al Distrito Federal y hacer como antaño un recorrido por esa Avenida que
tan gratos recuerdos me hacía albergar.
Si en este momento me pidieran
realizara un comparativo conductual,
afirmaría que tanto en la capital como en provincia, la gente vive con
miedo y no sabe cómo sortear esta ola de
violencia, porque dentro de nuestra formación jamás se nos dio la materia de
cómo reaccionar ante una situación peligrosa, o una matanza o a un acto antiterrorista,
jamás se nos educó para salir con chalecos antibalas y no tod@s tenemos la fortuna de contar con un
sequito de guaruras que nos protejan las 24 horas el frente y la retaguardia.
…Al llegar a la Ciudad,
registrarme y dejar mis pertenencias en el hotel City Express que está muy
cerca del Teatro Insurgentes, me apresure a cambiarme de ropa, ponerme cómoda,
zapatos bajos y salir a caminar, porque
eso de subirme en Metrobús no se me da, la vez pasada al querer bajarme, me dejaron sin bolsa y
toda rasguñada, pues algunas de mis congéneres se comportan como vacas
desbocadas.
En fin ya estaba decidida a
caminar y recorrer Avenida Insurgentes, el día estaba soleado, hermoso y mi corazón latía emocionado, iba tomando
fotos con mi celular, para dejar huella
fotográfica de mi estancia en esta
compleja Ciudad, mis pasos
al inicio eran lentos, luego se hicieron más rápidos quería que me
rindiera el tiempo para una andanza de ida y vuelta…y llegar hasta la Glorieta
como cuando vivían mis papás.
Llevaba a penas unas cuantas cuadras cuando escuche el sonido de motocicletas
acercarse a mí a gran velocidad y pensé... Ah esos estúpidos jovencitos
que disfrutan de la adrenalina que provoca conducir así, cuando en un santiamén
la gente que venía detrás de mí gritó… y en fracción de segundos sentí algo, mire busqué y
encontré un bulto en mis pies, algo que me golpeo, cuando mire bien hacia abajo…el tiempo se
congelo, mi mente se bloqueó, perdí la
lucidez, sentí mojados mis jeans y no
era para menos, estaban teñidos de un rojo subido y en mis pies se hallaba una cabeza… una cabeza recién desprendida de un cuerpo que había
pertenecido en vida a una mujer.
Me negaba a mirar, pero mi vista estaba
fija con dirección a mis pies… la gente que venía atrás miró cuando uno de los
tipos que conducía una de las motocicletas, metió la mano a un morral y tomó
del cabello la extremidad desmembrada que rodo ante mis pies…
No podía olvidar que al ir caminando por Avenida
Insurgentes en un abrir y cerrar de ojos, cayó ante mis pies, una cabeza, el
pánico supero al miedo, y me paralizo, sentí como la gente corría a mi
alrededor, esos seres que caminaban sin mirarse como semejantes, lanzaban gritos, se empujaban y yo, yo no
podía gritar, ni gemir, mi alma se detuvo y por unos instantes también mi
corazón, permanecí inerte, sin ser capaz de mover un centímetro de lo que soy, sentí un sudor frio recorrerme,
mis pies parecían clavados a la tierra, intente en vano dar un paso para salir
de ahí lo antes posible, por esa sensación de que tal vez yo sería la próxima víctima…
A ciencia cierta no sé cuánto tiempo estuve ahí,
a mí me pareció una eternidad, lo único
que percibía a lo lejos era la sirena de la policía, trate de respirar, un
respiro que me pareció el despertar de un breve letargo, volví en mi cuando
sentí una mano que me tomaba con fuerza del antebrazo, no grite, no gemí, sólo
sentí que una lagrima tras otra quemaban
la piel de mi rostro al rodar sobre mis mejillas y tomar rumbo a mis labios, donde sabían a hiel… La voz de esa mano que me tomaba del brazo me
dijo: - venga conmigo, se siente bien-… -necesitamos su declaración- , - qué
vio-….
Cómo sentir, qué sentir, que
decir después de lo que acababa de suceder, ahora que estoy en la ducha y me
tallo con fuerza tratando de borrar esa escena, esa sensación. Está aún presente
la imagen de esa cabeza que parecía de una mujer, pero mirándole bien en el
recuerdo, puedo asegurar que era de una niña recién convertida a la adultez.
Aún estoy llorando, siento frío a
pesar de que el agua que cae de la ducha llena toda la habitación de vapor… en
qué momento dejamos de ser humanos, para convertirnos en esto… porqué ni
siquiera acierto a definir. Lo vivido el
día de hoy.
Lo único que puedo afirmar es que
este hecho supera por mucho todo, todo lo
que he visto en las películas de terror, supera a la ficción de cualquier maquiavélico
escritor.
Ya por la noche, en el radio se
decía que habían decapitado a una joven
de 17 años que se negó a realizar una vuelta (entrega de marihuana o cocaína), y como castigo, su cabeza fue
arrojada en plena luz del día sobre una Avenida importante de la Capital.
Al mover y tratar de sintonizar
otra estación… el locutor decía: -Un descabezado más en la capital, en lo que
va del mes- …
Y yo negándome a escuchar eso, me
tape los oídos y una vocecita interior me repetía sin parar, una y otra y otra
vez: la humanidad está sumergida en la desolación y el caos, paralizada,
entumida… está siendo despojada de su humanidad…
Nos estamos asumiendo como animales deseosos de sangre, de
violencia, dominados por instintos de muerte, de suicidio, somos seres que cada
vez más se acostumbran a la podredumbre, al hedor.
Salí del baño desnuda… abrí una
botella, le di unos tragos y en ese momento los recuerdos revolotean
incesantemente, las imágenes de lo vivido eran proyectadas vertiginosamente en
una interminable película que mi yo
interior filmo, cinta que me hace
confirmar que tal vez no podré resistir en este medioevo moderno. La cinta repetía
incesantemente desde el momento mismo que caminaba por Avenida Insurgentes y
sentí rodar algo ante mis pies, y mire
que se trataba de la cabeza desprendida del cuerpo de una mujer… por
qué… por qué… por qué, mi voluntad
sostenida de un hilo y mi corazón sumergido en torbellino… rodaron lágrimas de tristeza que quemaban mi rostro y al
llegar a mis labios sabían a hiel.
Sigo dando sorbos a esa botella,
esperando que el efecto del vino borre esa escena y pueda respirar paz y en
paz…