martes, 27 de agosto de 2013

Inspiras Lluvia, Bienadicto Chico Cabra

Inspiras Lluvia

11 de agosto de 2013 a la(s) 0:09
           
-Inspiras lluvia-


Me pides que te describa de lunas,
mundos mágicos, lluvia
teletransportaciones de Teseo,
versos y las demás palabras…
las sabes, las repites
pides té,
pido tregua, lengua fuego de tu ser


Si,
llenemos de poesía el mundo
-pues si ¿ah?-
piénsalo, medítame, edítame a tu antojo
-un cigarro espera pacientemente
desnudarte con los ojos-
tú, rara de boca propia
incandescente y multicolor


Ojalá lo disfrutes…
¿dije, dijiste o dijimos?
pero aquí estamos
o
¿en dónde estábamos?
repetimos hasta desvariar
deshilvanándonos,
destrozando egos mutuos,
cielos propios
y eso que llamas…
-no importa-


Nos reinventamos reimprimimos
a carcajadas
-recuerdo:-
tus risas nerviosas,
tus etiquetas,
ansia tuya mía, distancia menor al viento
ese momento “parasiempre”
orgasmo asesino
usurpador de realidades alternas
vida y muerte en el mismo acto

-En realidad estoy disfrutando la vista/lluvia-


¿Qué sigue?
nos preguntamos con la vista/lluvia
e intercalamos estrofas
en canto a dos voces
dos veces
dos vueltas
dos “algo”
tres te oí decir por ahí…


Caemos en los mismos lugares
y levantamos vuelos a lo impensable
tropezar, caer, amar…
alentémonos a
sentir, saber, degustar…
carreras de piel
depilada, afilada, fuente eterna
despeñadero pasión cabaret…


Solo nuestro comienzo
sin miramientos
sin tiempo
sin prisioneros ni piedad


¿Importa ya lo que diga?





Aún así
el destino sigue dándole vueltas
a la habitación,
a las cenizas, al azar,
a los evangelios,
a los rezos…
la idea es nunca claudicar


Un respiro



Cielos vainilla
ojos en una valla blanca
en tus…
una visión de ti, de mi, de té siempre…
-tu risa-
un verso


Nos saludamos como de primera vez
de antes
embriagados, embargados, dopaminados
vitamina vainilla tuya en mí
-otra vez a la faena-
valiente mirada
adivina todos los movimientos


Sepultamos memoria
¿cuándo habré de robarle un beso?
tal vez sentir que no hay opción…
-una taza de café después del té-


De la despedida el momento:
tu duda, saber cómo termina
laberinto
“si me hace el honor caballero…”
nos conocemos…
-me conoce-
de siempre
las mujeres primero.

domingo, 21 de julio de 2013

Más allá de la ficción, por Verónica Nagore

Más allá de la ficción
Verónica Nagore
Destapo una botella, comienzo a dar grandes sorbos… Los recuerdos del ayer revolotean incesantemente, las imágenes de lo vivido son proyectadas vertiginosamente en una interminable película  que mi yo interior ha venido filmando desde pequeña, cinta que   de repente ya de adulta manda intermitentes flashazos de luz moviéndome  y tratando de subsistir en pleno medioevo moderno,  y tal vez para no perderme en tanta oscuridad me aferro a ellos, porque lo que veo en mi presente es una enorme prisión con barrotes invisibles que me espanta, me da miedo y decepción.
 Mis padres  provincianos me traían a la ciudad capital desde temprana edad, y desde que la conocí me pareció impresionante, simplemente un mounstruo gigantesco que devoraba seres sin cesar. En la primera visita grabe en mi memoria la sonrisa malévola de los gigantescos edificios y las calles llenas de seres que pasaban unos junto a los otros sin mirarse, sin reconocerse como semejantes.
Todos ellos se movían a gran velocidad como piezas de un rompecabezas donde no encajaban las piezas unas con otras, esos seres que aparentaban ser como yo, deambulaban, parecían estar habituados al ambiente lleno de smog,  al ritmo tan presuroso y sin descanso en el que viven en las grandes urbes, donde la gente no puede darse el lujo de tomarse un minuto para, ser, para respirar.
El Distrito Federal-por donde se le viera, estaba repleto de oficinas, fabricas, hoteles, moteles, empresas, tugurios, calles donde posa gran cantidad de gente que vendía su piel, su sexo,  placer.  Confieso que cuando ya era adolescente, me causaba morbo y emoción el ver a las prostitutas con sus cuerpos voluptuosos que se contorsionaban de una esquina a otra, esperando a los atrevidos catadores de su sexo… quién iba a pensar que con el paso del tiempo esto se convertiría en algo nimio que comentar.
  Qué curioso cuando escuchaba a mi madre decir que  para lo más moralistas la venta de sexo, era lo más escandaloso en los años setentas… y el mirar cómo se sonrojaba cuando llegábamos a la Glorieta Insurgentes y pasábamos por dos locales que aún existen y en los que se ven prendas íntimas  llenas de lentejuelas, plumas en colores fosforescentes y estoperoles  a la altura de las chichis o los huevos (testículos),  que según mi madre eran propias de gente “indecente”… esos sucesos para nada anunciaban el apocalipsis que se está viviendo hoy día y toda la decadencia y la mierda  que se respira, que se come, que se viste, que se mira… que nos gobierna.
Dicen que los tiempos pasados siempre son mejores que el presente mediato, yo no podría contestar a ciencia cierta,  pero si podría asegurar que me sentía  segura cuando caminaba al lado de mi papá por esa tripa inmensa llena de aparadores y negocios, llena de misterio y sorpresas, Avenida Insurgentes era un punto que no podía faltar en el itinerario de nuestros viajes anteriores y era el punto más clamado en mi agenda ahora que estoy de vuelta como adulta en esta Medea.
No es que todo en mi vida, en la vida, en la sociedad haya sido color de rosa, pues en los periódicos se informaba ya de los  muertos por los asesinatos que cometía el gobierno en contra de campesinos y obreros,  en provincia, se hablaba de muertos por riñas, en los noticieros nacionales se repetía y repite una y otra vez lo del feminicidio  de  las  mujeres asesinadas en Chihuahua, de los cuerpos encajuelados en Sinaloa y de que justo ahí se encontraban en rebatinga el liderazgo de los carteles de la droga y más recientemente se mencionaban los cuerpos inertes que habían sido colgados en Cuernavaca, justo en la glorieta de las Palomas… de lo famoso que se ha vuelto el estado de Morelia por el sembradío de marihuana en cerros y parcelas, que protegen con la vida l@s campesin@s y ni que decir de la estúpida guerra contra el narcotráfico que no logro ni logrará nada, sino romper con el código que existía entre ellos (los narcotraficantes) de no llevarse entre las patas a mujeres y a niñ@s, esa estúpida decisión “política”, empeoro por mucho la situación pues no consideraron que ahora son muchos los grupos y todos, to-dos quieren mandar.
Todas esas noticias, todas esas fotografías de los periódicos amarillistas o alarmistas que perpetúan la imagen de la violencia, como  “lo más normal”, no me quitaron las ganas de volver al Distrito Federal y hacer como antaño un recorrido por esa Avenida que tan gratos recuerdos me hacía albergar.
Si en este momento me pidieran realizara un comparativo  conductual, afirmaría que tanto en la capital como en provincia, la gente vive con miedo  y no sabe cómo sortear esta ola de violencia, porque dentro de nuestra formación jamás se nos dio la materia de cómo reaccionar ante una situación peligrosa, o una matanza o a un acto antiterrorista, jamás se nos educó para salir con chalecos antibalas y  no tod@s tenemos la fortuna de contar con un sequito de guaruras que nos protejan las 24 horas el frente y la retaguardia.
…Al llegar a la Ciudad, registrarme y dejar mis pertenencias en el hotel City Express que está muy cerca del Teatro Insurgentes, me apresure a cambiarme de ropa, ponerme cómoda, zapatos bajos  y salir a caminar, porque eso de subirme en Metrobús no se me da, la vez pasada  al querer bajarme, me dejaron sin bolsa y toda rasguñada, pues algunas de mis congéneres se comportan como vacas desbocadas.
En fin ya estaba decidida a caminar y recorrer Avenida Insurgentes, el día estaba soleado, hermoso  y mi corazón latía emocionado, iba tomando fotos con mi celular, para dejar  huella fotográfica de mi estancia en esta  compleja  Ciudad,  mis pasos  al inicio eran lentos, luego se hicieron más rápidos quería que me rindiera el tiempo para una andanza de ida y vuelta…y llegar hasta la Glorieta como cuando vivían mis papás.
Llevaba a penas unas  cuantas cuadras  cuando escuche el sonido de  motocicletas  acercarse a mí a gran velocidad y pensé... Ah esos estúpidos jovencitos que disfrutan de la adrenalina que provoca conducir así, cuando en un santiamén la gente que venía detrás de mí gritó… y en  fracción de segundos sentí algo, mire busqué y encontré un bulto en mis pies, algo que me golpeo,  cuando mire bien hacia abajo…el tiempo se congelo, mi mente se bloqueó,  perdí la lucidez,  sentí mojados mis jeans y no era para menos, estaban teñidos de un rojo subido y  en mis pies se hallaba una cabeza… una cabeza recién desprendida de un cuerpo que había pertenecido en vida a una mujer.
Me negaba a mirar, pero mi vista estaba fija con dirección a mis pies… la gente que venía atrás miró cuando uno de los tipos que conducía una de las motocicletas, metió la mano a un morral y tomó del cabello la extremidad desmembrada que rodo ante mis pies…
No podía  olvidar que al ir caminando por Avenida Insurgentes en un abrir y cerrar de ojos, cayó ante mis pies, una cabeza, el pánico supero al miedo, y me paralizo, sentí como la gente corría a mi alrededor, esos seres que caminaban sin mirarse como semejantes,  lanzaban gritos, se empujaban y yo, yo no podía gritar, ni gemir, mi alma se detuvo y por unos instantes también mi corazón, permanecí inerte, sin ser capaz de mover un centímetro  de lo que soy, sentí un sudor frio recorrerme, mis pies parecían clavados a la tierra, intente en vano dar un paso para salir de ahí lo antes posible, por esa sensación de que tal vez yo sería la próxima víctima… 
A  ciencia cierta no sé cuánto tiempo estuve ahí, a mí me pareció una eternidad,  lo único que percibía a lo lejos era la sirena de la policía, trate de respirar, un respiro que me pareció el despertar de un breve letargo, volví en mi cuando sentí una mano que me tomaba con fuerza del antebrazo, no grite, no gemí, sólo sentí que una lagrima tras otra  quemaban la piel de mi rostro al rodar sobre mis mejillas y tomar  rumbo a mis labios, donde sabían a hiel…  La voz de esa mano que me tomaba del brazo me dijo: - venga conmigo, se siente bien-… -necesitamos su declaración- , - qué vio-….
Cómo sentir, qué sentir, que decir después de lo que acababa de suceder, ahora que estoy en la ducha y me tallo con fuerza tratando de borrar esa escena, esa sensación. Está aún presente la imagen de esa cabeza que parecía de una mujer, pero mirándole bien en el recuerdo, puedo asegurar que era de una niña recién convertida a la adultez.
Aún estoy llorando, siento frío a pesar de que el agua que cae de la ducha llena toda la habitación de vapor… en qué momento dejamos de ser humanos, para convertirnos en esto… porqué ni siquiera acierto a definir.  Lo vivido el día de hoy.
Lo único que puedo afirmar es que este hecho supera por mucho todo, todo lo  que he visto en las películas de terror, supera  a la ficción de cualquier maquiavélico escritor.
Ya por la noche, en el radio se decía que  habían decapitado a una joven de 17 años que se negó a realizar una vuelta (entrega de marihuana  o cocaína), y como castigo, su cabeza fue arrojada en plena luz del día sobre una Avenida importante de la Capital. 
Al mover y tratar de sintonizar otra estación… el locutor decía: -Un descabezado más en la capital, en lo que va del mes- …
Y yo negándome a escuchar eso, me tape los oídos y una vocecita interior me repetía sin parar, una y otra y otra vez: la humanidad está sumergida en la desolación y el caos, paralizada, entumida… está siendo despojada  de su humanidad…
Nos estamos asumiendo como animales deseosos de sangre, de violencia, dominados por instintos de muerte, de suicidio, somos seres que cada vez más se acostumbran a la podredumbre, al hedor.
Salí del baño desnuda… abrí una botella, le di unos tragos y en ese momento los recuerdos revolotean incesantemente, las imágenes de lo vivido eran proyectadas vertiginosamente en una interminable película  que mi yo interior filmo, cinta que  me hace confirmar que tal vez no podré resistir en este medioevo moderno. La cinta repetía incesantemente desde el momento mismo que caminaba por Avenida Insurgentes y sentí rodar algo ante mis pies, y mire  que se trataba de la cabeza desprendida del cuerpo de una mujer… por qué… por qué… por qué,  mi voluntad sostenida de un hilo y mi corazón sumergido en torbellino… rodaron lágrimas  de tristeza que quemaban mi rostro y al llegar a mis labios sabían a hiel.

Sigo dando sorbos a esa botella, esperando que el efecto del vino borre esa escena y pueda respirar paz y en paz…

¡¡¡¿¿¿Cursi yo???!!!... nunca…jamás, por Verónica Nagore

¡¡¡¿¿¿Cursi yo???!!!... nunca…jamás
Verónica Nagore
Ser grosera, guarra, voluble, rencorosa, caprichosa, mentirosa, egoísta, erótica, exótica, escatológica, maniaca depresiva, sexosa,   compulsiva, golosa y sensual, se me da y con mucha facilidad, pero ser  cursi no…nunca... ¡jamás!.
Soy una mujer fría, calculadora, independiente, autosuficiente, temeraria, valemadrista (sólo a veces); me chocan las sorpresas, los aniversarios, los cumpleaños (sobre todo el mío) ah porque que ganas de joder de mi familia cuando llegan a casa sin avisar con pastel en mano lleno de velitas ( pues ya mejor que pongan un cirio pascual), gritando a los cuatro vientos los años que estoy cumpliendo…
Odio las mañanitas, las serenatas, esa manía de mi marido (bueno ya ex) de tomarme todo el tiempo de la mano; odio el que un wuey te lleve durante meses, rosas,, chocolates, peluches y una vez que te lleva al hotel para cogerte, se olvide  de todo eso…
Odio ver las caras de esos ojetes infieles, que celebran doble el 14 de febrero, cual si fuera el día de la máxima expresión del amor, si supieran los sinvergüenzas  que justo en esa fecha una pareja se dijo para siempre adiós, pues el fulano que seguramente se merendaba a la bella dama, espero y espero  afuera del hogar de la citada y ella jamás le abrió, por lo que pasó la noche a la intemperie y literalmente el frio lo mato.
…En fin, estoy haciendo esto porque mi loquero, sugirió (entiéndase exigió) a los que acudimos a terapia grupal, que experimentáramos en soledad la cursilería y porque en verdad necesito superar los estragos que me dejo mi decimo divorcio y alistarme para que me vuelvan a amar.
. Me adentraré en mis emociones, intentaré vestirme la piel con el oxímono, antagónico, antónimo de la frialdad…Haré una introspección y tal vez muy, pero muy en el fondo de mi ser, encuentre algún momento, episodio, de perdida un mísero instante donde mi comportamiento pueda tacharse de “ cursilería”…
Respiro profundo, inhalo-exhalo, pongo música romántica, prendo velas rojas, inciensos de canela, apago luces, extiendo al pie de mi cama, el tapete de yoga, me pongo ropa cómoda y tomó al único peluche que me ha acompañado desde infanta y me dispongo a meditar…
Inhalo- exhalo, me pongo en posición de flor de loto, pero como no me acomoda, elijo el suelo y asumo la fetal… cierro los ojos y me adentro en el túnel del tiempo, respiro pausado y después de un rato, me logro mirar acurrucada y placida, dentro del vientre de mamá…(ups creo que exagere en mi regresión)…adelanto las manecillas del reloj de mi imaginación y vuelvo a sumergirme… me veo cuando niña, vestida toda de rosa, abrazando a Nando mi peluche  y chupando un enorme chupirul… mmm no tampoco me sirve… me adelantare más.
…Exhalo y me veo adolescente, soltando mi corpiño y probándome mi primer brassier…wuau estoy sonriendo bañada en plenitud.. ¡¡oh sí!!, tal vez en esa etapa encuentre algo.. aprieto los ojos y busco en mi interior con desesperación… por fin se me ha venido ( sin albur) una extraña sensación, siento presión en mi pecho, es otro el ritmo de mi respiración… qué pasa… qué me pasa… se vuelcan de repente sensaciones, revolotean en mi cabeza consonantes, vocales… sílabas… palabras… enunciados, puedo verme escribiendo ilusionada:
Quiero encontrar un amor, que vaya más allá de la mentira y la verdad…
Qué es eso, ¿¿Un poema??... Yo escribiendo eso… ¡¡no mames!! , me digo, escribí ese “estúpido poema”, pasados los dieciséis…respiro, siento un espasmo recorrer mi ser, me niego a abrir los ojos, abrazo a Nando…puedo recordar a ese primer chico que hizo latir aún más fuerte mi corazón…puedo sentir ese hueco en el estómago que me provocaba cuando lo veía acercarse a mí…él fue el culpable de que me hiciera pis, por la emoción provocada cuando se me declaro…Pensándolo bien, estúpido no fue mi poema, sino él por romperme mi corazón.
Jajaja…comienzo a llorar, inhalo-exhalo, el olor a canela perfuma mi habitación, cambio de posición, pongo a Nando como almohada y suspiro sin parar, veo cada punto, cada coma de ese poema, abro los ojos, me apresuro a tomar algo donde apuntar, tomo unas servilletas, un delineador, enjugo mis lágrimas y empiezo a escribir:
Quiero encontrar un amor, que vaya más allá de la mentira y la verdad,  que no sea una prisión, que huela a libertad, manteniendo siempre un principio y nunca un final, abrazando sin miedos ese fuego corporal.
Quiero encontrar un amor,  al que me pueda entregar en una forma total, con el alma siempre desnuda, sin fingir sin actuar, en donde mi pareja comprenda que nunca dos han pensado totalmente igual, que somos diferentes y eso precisamente nos une más.
Quiero encontrar un amor, diferente a todos los que hay, que sea tierno, salvaje, sin caer en lo vulgar, donde los sentimientos, las emociones que poseemos como humanos se sepan conjugar, donde la comprensión la ternura y el respeto nunca puedan faltar.
Quiero encontrar un amor donde siempre se comparta lo que vaya bien, lo que vaya mal. Un amor donde se busquen cosas nuevas, para no caer en la rutina, en lo cotidiano, que es lo que suele cansar.
Quiero encontrar ese amor, donde los bellos momentos no se lleguen olvidar y en ti estoy segura lo voy a hallar.
…¡¡¡Qué asco!!!, cuanta miel, ya sé porque olvide ese capítulo en mi vida… Cierro los ojos una vez más, me puedo ver con los ojos de ilusionada entregándole a aquel  mequetrefe, un globo plateado en forma de corazón, con nuestros nombres grabados en rojo, al final del hilo estaba  amarrado un sobre rojo, con una pareja de chicos tomados de la mano y adentro de ese sobre venía una carta escrita en una hoja perfumada con Chanel y junto al punto final grabe mis labios carnosos deseosos de su  miel…
El petete, inútil, al desatar el nudito que sostenía la carta dejo ir el globo (que mande a hacer especialmente para él y en el que me gaste todos mis ahorros), sin siquiera apreciar que estaban grabados nuestros nombres en rojo; luego tomó el sobre, lo puso a la luz y como vio que la misiva venía diminutamente doblada, la empujo hacia una orilla y sin piedad lo rompió a la mitad,  sin admirar lo que hicieron mis manos artesanas dejando a esa pareja en 3D, para el colmo de males desdoblo la hoja sin darse cuenta que estaba perfumada y que junto a mis labios grabados con labial indeleble había una dedicatoria especial.
Después de que ese idiota dejo ir el globo, rompió el sobre sin piedad y desdoblo la carta…sin siquiera leerla, olerla, la guardo en la bolsa de su pantalón …sólo dijo ¡ah gracias! Con desgana, sin mayor  emoción… Pude ver mi rostro lleno de rabia, me vi bajar la mirada y repetir en silencio y con rabia… sólo dijo gracias y me vi llorar. Eso no fue todo, a la semana ese tipejo rompió conmigo y comenzó a andar con dizque mi amiga, según sus amigos porque ella si era de espíritu libre, desparpajada, despreocupada, entiéndase una fácil con quien podía fajar cuando le diera la gana…

Ahora comprendo porque me volví una perfecta  y soberana cabrona, tome entre mis manos a Nando mi oso y vocifere…sólo gracias, no hubo de su parte un te amo… te quiero… mínimo un me encantas… Después de todo lo que me esmere por el globo, el sobre, la carta en hoja perfumada, mis labios carnosos al lado del punto final y esa dedicatoria especial… ¡¡¡ah mayúsculo animal!!!, pendejo de cuarta… luego de repasar estos recuerdos puedo asegurar…cursi yo nunca… jamás.. corrijo ya nunca más.

sábado, 6 de julio de 2013

Atrapados, de Lina Zeron

ATRAPADOS
Lina Zeron


Tomados de la mano, en la estación Concorde, nos apretujamos contra la gente para entrar al vagón del metro, yo logro pasar casi por completa, pero nuestras manos quedan atrapadas entre el plástico de las puertas del tren y el cuerpo de mi amado en medio de las de cristal que protegen a la gente de las vías electrificadas. 


Se escucha el pitido del metro, ya se va y nosotros atorados. Grito, él jala con fuerza hacia afuera, yo hacia adentro. Sentimos un leve movimiento, creo que arrancará mi mano. Volteo a ver a la gente que me rodea, por fin reaccionan y entre varios hombres fuerzan las puertas. Logran abrirla 35 centímetros y mi amor entra. Suspira profundamente, agradece a todos. Su pálido rostro besa mis labios, lo abrazo, lloro y doy las gracias al universo de estar enamorada de un hombre tan delgado.



viernes, 14 de junio de 2013

Trío, Arturo Texcahua

Trío
Arturo Texcahua
Se abrió nuevamente al sueño y se acomodó en la posición de siempre.
Que ellos dominaran con la acción absoluta desde lo alto de su cabeza hasta la última célula de sus fatigadas extremidades.
Que se hiciera y deshiciera.
Que se desdoblara, redujera y ampliara todo lo sentido hacia atrás, hacia adelante, desde abajo y desde arriba, vueltos aguas, convertidos en miel pegajosa, alquimia, elíxir, creación de ritmos reinventados con la lengua-vulva-mano, con el falo-dedo-labio.
Lamerones reducidos al principio de esos otros misterios.
Él no permitió ningún descanso, con varios instrumentos aplicó el mejor esfuerzo.
Ella sorbió, tenía esa sed interminable que más asustaba. Los gritos, la prueba, los placeres desde más allá estallaron no solamente desde su miembro. Compartieron solidarios, camaradas.
Bramó, el dolor entró como una fina navaja de acero. El temblor fue una cadena de estremecimientos que rompieron su miserable gobierno. Uno se rindió. Otro se encajó sin límites hasta lo más profundo. Aquel apretó sin vacilaciones. Ella se acarició como a un peluche cursi, él apretó como si tuviera fuerza, otro no pudo decir more como en las películas. Hubo silencio.

Después, cuando se creyeron como al inicio, volvieron al sueño y, sin piedad, nuevamente se abrieron.

jueves, 13 de junio de 2013

Meche y el mar, por José Saucedo Rivera

MECHE Y EL MAR*
José Saucedo Rivera

Esa tarde veía la calle desde mi aparador del mundo. La gente se trasladaba con prisas, los autos corrían llevados por conductores estresados, las tiendas tenían abiertas sus puertas, la gente compraba y hacía tratos. Había propósitos y despropósitos desconocidos, había movimiento, vida, un alboroto que me gusta, que me llena de ánimo a pesar de oponerse a mi propia inmovilidad. Pero yo estaba triste y pensaba obsesivamente en la muerte. Algunas horas antes habíamos sepultado a Josefina y su fallecimiento me traía reflexiones inútiles. Yo también era viejo. El fin también me rondaba. A mis años morir es algo bien visto que puede ocurrir en cualquier momento. A nadie le extrañaría. Sería una pena si yo fuera joven, pero así, tan viejo, es de lo más normal y esperado. Uno ya está al final de la cadena, sorteando achaques con la mejor cara y con esperanza, quizá triste y solo –solo sobre todo–, pero conforme de seguir en este mundo. En eso estaba cuando recordé que tenía que volver a la caja de madera donde guardo los momentos desagradables de mi vida, cosas que procuro alejar de mi mente, para mi tranquilidad y para evitar depresiones peligrosas. En la caja hay objetos diversos: papeles, fotos, algunos boletos, el diente que me rompieron por puro gusto en un asalto al que no opuse ninguna resistencia, cosas de apariencia inocua pero que conservo. ¿Por qué? No puedo explicar muy bien las razones. Sé que son parte de mi historia y me cuesta deshacerme de ellos. El asunto es medio simbólico. Cuando pongo algo en esa caja siento como que lo olvido, me hago de esa idea con terquedad y funciona como una terapia moderna para sobrellevar la existencia. En esto hay cierta contradicción, pero perdónenme, a veces despierto más aturdido que un viejo, ja, pero después me vienen pensamientos tan lúcidos que yo mismo me asombro de mi capacidad y de los recuerdos tan frescos y vivos que aún tengo y que todavía me sacan las lágrimas. El problema es cuando regreso a la caja para depositar otro recuerdo desagradable. Como esa noche que debía guardar allí la factura de la capilla donde se velaron los restos de Josefina. Un gesto solidario para la familia, mi pequeña contribución de hermano en un escenario devastador y con los hijos derrumbados: Pepe como sonámbulo, Lilia sin parar de llorar y Mela tan ensombrecida que no sé cómo se ha hecho cargo de todo. Yo me congelé viendo como una estatua los pormenores. Ha sido terrible. Josefina, hermana querida –retumbaba en mi pensamiento esa tarde– , perdóname por haberte hecho alguna vez la vida imposible. Fuimos muy cercanos en una época, jugamos, reímos: ella, aunque era apenas dos años mayor que yo, me cuidaba como una madre; y yo, después de que faltó mi papá, me volví el hombre de la casa y me responsabilicé seriamente por su futuro y el de mis otras hermanas. Me prometí que a todas las casaría de blanco, como Dios manda, para que fueran mujeres respetables y felices. Así debía ser y así sería. Por eso, cuando Josefina se escapó con el novio, me volví loco y fui a buscarla. Sabía que estaba en Acapulco como parte de una excursión que habían organizado en la escuela. No la había dejado ir, ¿cómo iba ir sola?, y con hombres entre los que estaba el novio que la traía atarantada, qué dirían los vecinos, la familia, qué ejemplo para sus hermanas. Cuando se fue sin mi autorización no lo pensé mucho. Saqué de inmediato un permiso en el trabajo y fui por ella. Se le aparecería el diablo, me decía, mientras viajaba a la famosa ciudad que nunca había visitado, a la playa que nunca había visto, al mar que no estaba ni en mis oídos, ni en mis ojos, ni en mi olfato. De León me fui a México y de allí a Acapulco. El viaje se me hizo largo, la ansiedad me comía la calma. Cuando llegué, aquella ciudad me pareció más cosmopolita de lo que esperaba, había edificios que me parecieron gigantescos, y tanto extranjero y mujeres bellas a quienes no intimidaba el sol infernal y el calor que todo lo derretía. Me acuerdo que traía en el brazo un abrigo enorme que allí me hacía parecer ridículo, a eso sumen el saco y la corbata. No sé en qué pensaba cuando me vestí tan elegante para ir a la playa. Acomodé los estorbos en mi brazo. Por fortuna no llevaba maleta. Sabía que llegaría, me llevaría a Josefina y regresaríamos enseguida. El taxi que tomé en la estación me dejó en un hotel modesto del que no recuerdo su nombre, pero que no estaba cerca de la playa. Se dio el primer revés a mis planes, no se habían hospedado allí como me habían dicho. Seguro habían buscado un mejor sitio. Cuando bajé del lugar, vi el mar por primera vez y enseguida me fascinó su inmensidad y belleza, su azul me impresionó como nunca había pensado, fue un imán del que no pude sustraerme, me acerqué a él, y en Caleta lo vi de cerca. Me presenté como un amigo nuevo. Mucho gusto olas suaves, un placer agua en movimiento, encantado brisa fresca. La arena pegajosa ensució mis zapatos boleados y el dobladillo de mis pantalones de lana. Permanecí un buen rato en la playa hipnotizado por el espectáculo de la naturaleza. Recorrí el lugar muy despacio, escuchando, oliendo, viendo esa agua que divertía a la gente. La despreocupación reinaba en el lugar y yo era un ser raro que se había escapado de un circo. Subí a la costera y entré a una tienda de recuerdos y artesanías que anunciaba también el servicio de llamadas de largas distancias. Llamé a León para saber si allá tenían alguna noticia. Dejé un recado con don Pancho, el farmacéutico que tenía su negocio a dos cuadras de mi casa y que era el único con teléfono en el vecindario. En un rato volvería a llamar mientras iban a darle el recado a mi madre. Curioseé por los anaqueles. Una empleada muy bonita, menudita, blanca y con unos chapetes muy naturales me ofreció ayuda.
–Nada más estoy viendo –le dije.
–Ah, ¿viene de México? –dijo poniendo atención en el saco y el abrigo que llevaba en el brazo.
Noté la mirada y dije sí, sin ganas de entrar en detalles.
–¿Y dónde se hospeda?
–En ningún lado. Creo que me iré en la noche –aclaré y empecé a hablar de más, los ojos brillantes y enormes de la chica me animaron a confesar por lo que estaba pasando–. Busco a mi hermana. Anda aquí de paseo. Pero no sé en cuál hotel está. Buscaré entre todos hasta encontrarla. Esta ciudad no es muy grande.
–Sí, tiene razón, Acapulco es pequeño, pero aún así no creo que termine tan pronto. Quizá ocupe lo que queda de hoy y mañana para revisar todos los hoteles. Pero le aclaro que también hay casas de hospedaje y zonas de acampar. Algunos, para ahorrarse dinero se van a las orillas, rentan bungalows. No veo la tarea tan fácil. Debería ir pensando dónde quedarse.
Agradecí la ayuda y la sugerencia y volví a llamar a León. Don Pancho me pasó a mi mamá. Josefina no había regresado y no sabían nada de ella. Mis hermanas iban a investigar entre quienes conocían dónde estaban hospedados, tendría que llamar más tarde.
–Creo que sí tendré que buscar dónde quedarme –le dije–. ¿Usted me recomienda algún lugar?
–Pues hay muchos, depende lo que quiera gastar.
–No mucho –dije un poco apenado–, no sé cuánto tendré que estar por acá, además las comidas y algunas cosas que tendré que comprar, no traje nada, más que esta ropa inapropiada para este calor.
–Tiene suerte. Yo vivo con una familia que renta unos cuartitos económicos cerca y hoy se ha desocupado uno. Está limpio, aunque es chiquito y no tiene baño. Hay uno para todos. Le voy a dar la dirección, pregunte por doña Reina. En esa calle la conocen todos. Así que si se pierde nomás diga su nombre. Si se decide por este lugar allá lo veo en la noche, yo llego a cenar como a las siete y media. Si quiere, la señora se lo renta con comidas incluidas.
Le dije que sí iría y le agradecí la ayuda. No fue difícil encontrar el lugar y arreglarme con la dueña. Pagué esa noche y dejé mis cosas. Recorrí todos los lugares que pude a lo largo de la Costera. Creo que terminé con todos y no encontré a Josefina. Decidí regresar al cuartito para cenar y dormirme temprano, mejor seguiría al otro día en la mañana a buscar en los lugares que me faltaban, también quería preguntar por esos otros sitios de los que me había hablado la señorita de la tienda.
Llegué a cenar y como me había dicho, entre los comensales, estaba la chica menudita, se llamaba Mercedes pero le decían Meche. Estaba estudiando inglés y quería ser recepcionista de un hotel importante.
–El Flamingos me sentaría bien –dijo con entusiasmo.
Le pregunté qué hacía una chica joven sola en esta ciudad, que si no extrañaba a su familia, que si no le daba miedo. Su respuesta fue una sonrisa amable y un rápido cambio de tema.
–Entro a trabajar a las 12, si quiere le puedo ayudar a buscar a su hermana. Nos vamos temprano y lo llevo a los sitios que no son muy conocidos. En la tarde usted puede ir a los otros que le faltaron de por acá del centro. Eso sí, me tendrá que invitar a almorzar. ¿Le alcanzará para eso?
Sí me alcanzó, y después de visitar tres lugares y no hallar a Josefina, almorzamos y platicamos de nuestros gustos. Nos dimos cuenta que eran diferentes, como si adrede opináramos lo contrario de cada uno de los temas que hablábamos. Y sin embargo coincidimos en otros y sentimos empatía de inmediato.
Así fue como Meche entró en mi vida o yo entré en la suya. Esos días fueron fabulosos. Al atardecer volví a disfrutar cómo el sol se ocultaba al final de ese mar infinito.
Ni esa mañana, ni tampoco esa tarde encontré a Josefina. Al tercer día ya había entendido que no la encontraría. Llamé a León y mi mamá me dio una noticia inesperada: Josefina estaba allá, se había escondido en la casa de una amiga, nunca se había ido con el novio. Solo había querido fastidiarme como lo haría varias veces, quería demostrar que no haría lo que yo dijera. Saberlo me molestó pero también me dio tranquilidad. Meche me ayudó a pasar el coraje. El giro también movió mis planes. Decidí quedarme algunos días de vacaciones en Acapulco. Meche me acompañaría y yo estaba feliz por eso. Estaría el fin de semana. Le dije a Meche lo que había ocurrido y también le platiqué mis planes.
-¿Y por qué se queda? -me preguntó.
-Me gusta el sol de aquí, me gusta la playa, me gusta el mar y la verdad es que también me gusta usted.
-¿Yo?
-Sí, usted, me gusta, es muy bonita.
Me explicó que a esa ciudad llegaban muchos turistas que buscaban amores fáciles y pasajeros. Nada serio.
-Todos te quieren marear con palabras bonitas y muchas promesas, luego se van y jamás los volvemos a ver.
-Pero yo no soy así.
-¿De veras?
No fue necesario insistir. Meche entendió que yo era sincero y en el acto me abrió su corazón. Yo era muy joven y algún encanto y sinceridad también encontró en mí. Meche descansaba entre semana, los jueves, y ese jueves disfruté su compañía todo el día. Me preguntó si alguna vez me había subido a un barco, le dije que no, que nunca en mi vida, yo era un hombre de tierra, allí había nacido y crecido. Confesé, con cierta vergüenza, que en este viaje había visto el mar por primera vez. Me llevó a un barco que hacía un recorrido por la bahía. Fue encantador. De pronto me sentí como un marinero, como un hombre de mar acostumbrado a su olor, a regodearse con su viento, a ver el agua sin miedo. Me sentí navegante, aventurero y pirata viendo cómo la proa se abría camino. La experiencia se acentuó y se multiplicó con la presencia de Meche, su sonrisa me acariciaba, sus ojos me motivaban, sus palabras me alegraban como nunca antes lo había sentido. También fuimos a la Quebrada, vimos a los clavadistas tirarse de aquellos peñascos, envidié su valor, la altura y esa forma de retar al mar y su fuerza. Cuando no estaba con Meche, aproveché para irme a la playa y entrar al agua. Entendí el simple placer de jugar con las olas, me sumé a la algarabía colectiva, mi felicidad le daba belleza a todo. También caminé en compañía del mar. Había comprado alguna ropa acorde con el lugar y la actividad, y para estar limpio cuando acompañara a Meche.
En la noche del jueves, bajo una luna llena, decidí de repente que debía darle un beso. Ella lo aceptó con gusto. A pesar de mi timidez había aprendido a besar con un par de novias fugaces. No era un Don Juan ni sabía mucho del tema, pero ella me ayudó a convertir ese beso en algo muy dulce.
El mar me atrapó, el mar me cautivó y Meche también. De repente ya había olvidado todo: a Josefina, a mis hermanas, a mi madre y al trabajo. Pero no pude evitar hablar a León para anunciar mis planes; le dije a mi mamá que había decidido tomar unos días de descanso. Mi permiso terminaba el lunes, pero le pedí a mi mamá que me enviara dinero en un giro telegráfico, y le dijera a mi jefe que yo tenía algún problema en Acapulco y tendría que estar acá otra semana, que tomaría las vacaciones que me debían. 
Es curioso, después de una semana tenía claro qué futuro quería; le propondría matrimonio a Meche y viviríamos en León con mi familia. Así de simple. Arreglaríamos todo y nos casaríamos de inmediato. Como fuera no importaba. Lo relevante es que estaríamos juntos, tendríamos hijos y seríamos una familia feliz. Meche había llegado a mi vida para siempre y yo lo sabía. El domingo, cuando salió de su trabajo, le pedí que se casara conmigo. Meche se asustó primero, luego sonrió descontrolada. Ella sabía que nuestro destino era ése, casarnos. Yo también lo sabía, no tenía duda de que era la mujer de mi vida. Concluí que antes de casarnos debía ir a León a arreglar algunos asuntos. Por lo menos tendría que ver dónde nos quedaríamos. Habría que hacer algunos arreglos en la casa. Pintar mi habitación, convertirla en un agradable nidito de amor. Tendría que comprar una cama. No sé. Meche me dijo que estaba bien, que ella también tenía que ver algunas cosas. Aclaró que tenía sus papeles y podría casarse en cualquier momento. ¿Y su familia? Yo lo veo, no te preocupes. No había felicidad más grande en el mundo que la mía. Iba a ser el esposo de la mujer más hermosa del mundo.
Me fui a León con muchas ilusiones, les conté lo que había pasado (lo de Josefina ya no tuvo importancia). Llevaba una foto de Meche, era una foto de esas que le tomaban entonces a la gente cuando iba caminando. Vamos platicando agarrados de la mano y nos vemos a los ojos, al fondo se alcanza a ver algo del mar.
-Miren, ella es Meche, con ella me voy a casar.
Mi mamá dijo que era muy bonita y se puso a llorar. Sabía que mi decisión de alguna manera afectaría mi compromiso con la familia. Aunque mi mamá tenía un pequeño negocio, mi apoyo era crucial.
Después de quince días ya había arreglado todo. Mi habitación, la que sería nuestra, se veía digna y dispuesta. Había reservado una fecha en la iglesia y en el registro civil, y tenía todos los requisitos que debía cumplir en las dos ceremonias. Mi mamá dijo que haríamos una pequeña fiesta, mataríamos un puerco y serviríamos carnitas. Mandé un telegrama a Meche para recordarle qué día estaría en Acapulco para ir por ella. Fue a mediados de junio del 66 cuando me dispuse a ir por la que sería mi esposa. Caía uno de esos aguaceros tropicales que parecen del fin del mundo cuando llegué a la casa de huéspedes. Doña Reina me recibió con cara de preocupación. Meche no estaba, se había ido para Mchoacán por algo importante que había pasado.
-¿Pero cuándo se fue?
-Hace una semana y no sé nada de ella, pensé que se había comunicado o que estaba con usted. Aquí dejó la mayor parte de sus cosas.
-Ella sabía que yo vendría hoy, debe estar por llegar, no se preocupe. Estoy seguro de que ya viene –dije seguro.
-¿Usted sabe dónde vive allá en Michoacán?
A mí me había dicho que era de Morelia, pero no estaba seguro si era justamente de la ciudad de Morelia o de algún lugar cerca de allí. Pregunté en la tienda si conocían su dirección de Michoacán, pero nadie sabía nada ni pudo decirme nada.
La esperé esa tarde y todo el siguiente día. Me quedé hasta el domingo. No llegó. El mar, la playa, la luna, los atardeceres, todo eso que tanto me había gustado ahora me parecían tristes y molestos porque me hacían recordarla y lo sufría. El domingo regresé a León. Pero antes le pedí a doña Reina que cuando llegara le dijera que se comunicara de inmediato conmigo, para que le enviara dinero y se fuera a León. El lunes llamé y nada; el martes llamé y nada, y así me la pasé esa semana y la otra. Creí que el problema que tenía Meche era muy grande y por eso no había tenido oportunidad de comunicarse conmigo. Pero conforme pasaron los días comencé a dudarlo. Se me ocurrió ir a la policía local. Me dijeron que el problema era responsabilidad del Ministerio Público de Acapulco. Fui allá, pero no quisieron hacer nada, únicamente se burlaron de mí:  “Ay, amigo, lo dejaron ahora sí que vestido y alborotado”.
Había pasado un mes de la fecha convenida y a todos les extrañaba la conducta de Meche, ella era diferente. Doña Reina limpió el cuarto que tenía Meche y metió sus cosas en una caja. Revisó todo y no había nada que indicara dónde podíamos localizarla. No obstante, no quise dejar las cosas así. También fui a Morelia a buscarla. Fui a la policía y a los hospitales y no encontré nada. No sabía qué más podía hacer y regresé a León con las manos vacías. Pero aún así algo me decía que pronto todo se aclararía y Meche y yo nos casaríamos. Yo estaba seguro de que algo malo le había pasado, ya entonces se escuchaba todo tipo de cosas que les hacían a las mujeres.
Mi único contacto con Meche ahora era doña Reina. Seguí llamándola. Primero una vez por semana, después cada quince días, después cada mes y luego cada vez que me acordaba. Así hasta que con los años me fui desprendiendo de Meche. Un día me casé con quien no debía y me divorcié al poco tiempo. Luego tuve una novia con quien no pude tener hijos propios, aunque me hice padrastro de varios. Ahora una de esas me ve, quizá por lástima, tal vez por cariño.
Un poco después de mi divorcio un día recibí una carta de doña Reina, la envió a León, aunque yo ya vivía en el Distrito Federal. La carta me informa de Meche. “Estaba despidiendo a mi nuera, que se iría a México a visitar a su familia, cuando noté algo familiar en una mujer que venía con sus dos hijas y su esposo. También ellos iban al DF. Me pareció reconocer a Meche y le pregunté. ¿Meche, eres tú? Ella sonrió y me dijo sí. Esta es mi familia. Me presentó a su esposo. Tiene dos hijas muy bonitas que se parecen mucho a ella. No pudimos conversar, pero sí le pregunté qué había pasado, le dije que la habíamos buscado mucho, que nos preocupó la forma en que desapareció, no mencioné su nombre, sólo subrayé el habíamos. Sentí que se incomodó. No había tiempo, el camión ya casi salía. Me pidió mi dirección y prometió escribirme. Un día recibí su carta. Se disculpaba por lo que había ocurrido. Me pidió que la perdonara por las preocupaciones que había ocasionado. Su familia le había avisado que su hijo estaba muy grave, porque entonces ella tenía un hijo que cuidaba su madre. Ella lo había abandonado para irse al DF, y terminar en Acapulco –ella, sí, ella, nuestra dulce Meche-. El niño murió. Ella se sintió culpable y no tuvo ánimo para regresar. No sabía cómo tomaría usted todo esto. Prefirió olvidar el asunto y quedarse en Michoacán. Allá se casó y tuvo familia”.
En mi vida casi no he visitado al mar. Todavía recuerdo el mar de Acapulco y a la Meche de entonces. Es cierto, quién sabe si el que yo era entonces se hubiera querido casar con ella. Yo buscaba una chica pura y muy transparente. Y ella lo parecía. Hubiera preferido alguna explicación más dramática, no sé, distinta, de acuerdo con mi enamoramiento.
Esa tarde del día que habíamos sepultado a Josefina puse la factura en la caja de los malos recuerdos y encontré de nuevo la odiosa carta. Sin embargo la volví a leer con un empeño autodestructivo. Me sentí más nostálgico y solo en ese departamento donde estaba encerrado. He visto morir a muchos conocidos y amigos. Ya se adelantaron mis padres, mis tíos, mi primo Ernesto, ya se fue mi compadre Julián, mi prima Raquel, Carlos, Toñita y mucha gente que sólo a mí me dice algo. Todos se han ido de la noche a la mañana.

La furia de una tormenta mojó esa tarde y aplacó un poco las prisas que traen loca a la gente. Una lluvia similar me sorprendió el día que llegué a la casa de huéspedes de doña Reina y me enteré de que Meche no me estaba esperando.

*Tercer lugar (Distrito Federal) del concurso El Viejo y el Mar 2013, .

lunes, 3 de junio de 2013

Contractura en el corazón, de Carmen Saavedra


CONTRACTURA EN EL CORAZÓN// Carmen Saavedra



Habita en mí
el sinsabor de los viajes cancelados
las espinas de lo que sobra
falta o no deseo

Una oscura navaja
se clava en el fondo de mi garganta
cuando me duele nombrar la miseria

Clausuro
una a una
las posibilidades del amor falacia
pero cultivo minuciosamente la ternura
(desde el borde del precipicio)

nadie descubre mi contraseña y sinónimo
y me duele el cuerpo de no usarlo
el corazón enferma y se contractura

por ello invento plegarias emergentes
caminos para no perderme

y digo que mañana seguiré escribiendo
mañana volveré a creer, a ser niña

Lo prometo
me lo prometo



domingo, 26 de mayo de 2013

DECLARACIÓN DEL CORAZÓN HAMBRIENTO, por Carmen Saavedra

DECLARACIÓN DEL CORAZÓN HAMBRIENTO
Carmen Saavedra


Escribo esta carta
en la madrugada precipicio
desnuda, sin nada que perder

Evité cuidadosamente saltar la frontera que nos separa
evité delicadamente la palabra amor cuando te miraba

pero los ojos se me visten de colores cuando te escucho
inventas mundos y yo creo ser Sherezada, la de las mil vidas
la posible, la amante, la que abrace tu abrazo

Tú no sabes de mí, tú quizás tienes otros amores
Tú no sabes del delirio que provocas en mi cabeza

Pero no puedo más
y me declaro como la que baila para ti en la oscuridad
como la que sueña con tu piel, tu cama y tus horizontes

Hoy me declaro y tropiezo entre mis ganas y las palabras
doy mil vueltas al universo
antes de confesar que sí
que soy yo tu enamorada anónima
la de las cartas nocturnas
la del corazón hambriento


jueves, 21 de marzo de 2013

La danza de las hienas, Iván Medina Castro



La danza de las hienas
Iván Medina Castro




Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley,


 es abyecta, pero el crimen premeditado, la muerte


solapada, la venganza hipócrita lo son aun más


porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal.


Julia Kristeva




It is unfortunate that our nation is rather too


 clannish: If all Somalia are to go to Hell,


tribalism will be their vehicle to reach there.


Mohamed Siad Barre




A Sagal Gabril




29 de noviembre del 2000, La Haya. Tribunal Internacional para el enjuiciamiento del presunto responsable, Abdi Kadir, por crímenes de guerra y otras faltas graves al Derecho Internacional Humanitario cometidos en la región de Woqooyi Galbeed, al norte de Somalia, durante la guerra civil a partir de 1991. (Resolución 666).


Es verdad, los propios beligerantes rara vez captamos las causas y derivaciones sistemáticas de nuestra barbarie, pero ésta situación jamás concluirá. Con excepción de la guerra entre Etiopía y Eritrea, en la última década los conflictos en el continente son dentro de los lindes de las propias naciones: guerras civiles, feudos tribales, choques étnicos, confrontaciones religiosas.


Allá, en Somalia, todos deseamos el poder, está en nuestros genes. Cuando fallece un warlord, hay muchos hermanos anhelantes por ascender en la línea de mando. El único objetivo es llegar a ser un warlord para así donar o destruir más riqueza que el rival y, al avergonzar a los oponentes, obtener la admiración y culto entre los incondicionales. Se dice que si la ley está en el warlord, el destino de los seguidores no es ni el poder ni el deseo sino la muerte. Mi caso fue diferente…




La cosa empezó así. En la antigüedad, existía un principio consistente en el hecho de que el clan es el refugio, el único lugar capaz de garantizar la seguridad cuando el mundo se desmorona, por tanto, un individuo se casaba en el interior de su clan con la intención de fortalecer la identidad del grupo. Después de la prohibición del clanismo durante el gobierno de Siad Barre, me comprometí en matrimonio sin tomar en cuenta las diferencias entre los clanes, ella Isaaq y yo Samaron, pues entendí que los problemas pasados habían sido superados. Eso creía entonces, hasta que viejas rencillas causaron el éxodo de mi gente. Abandonamos el lugar propio… ¡Fuimos excluidos del espacio!


La oralidad dice que los problemas iniciaron por el control de unos camellos y la posesión de algunas mujeres. En aquella época, los británicos irónicamente pudieron mediar en el conflicto, pero las diferencias de hoy son irreconciliables, la oposición interna se generalizó y la insurgencia basada en la afiliación al clan se desencadenó. Eso es debido, probablemente, al hecho de que bajo aquel cielo raso de tierra estéril, no cabe el mandato de cada uno de los jefes de los clanes.




Abdí es obligado a separarse de mi lado y no entiendo las razones. Se persigue a su clan y se les expulsa de la comunidad forzando el desplazamiento. “¡Al estercolero, al estercolero! Allí es donde pertenecen”, mi pueblo aclama. La gente apedrea a los que osan regresar.




Durante la diáspora, separado a sangre y fuego de mi esposa, de mi casa, de mi historia, fui reclutado por un grupo de shiftas*  con la única intención de recuperar nuestras tierras.


Les he de decir una cosa. En el caso de la masacre de los Isaaq, no tengo cabida en ello. Yo no estuve en Woqooyi Galbeed, ni ordené nada.  Me enteré del asalto a la población tan pronto regresó el warlord… y de la manera menos esperada. A la base llegaron tres camiones: en una venían los compañeros quienes celebraban emitiendo disparos al aire con júbilo. Dentro de los restantes vehículos aparecía el botín de guerra: mujeres para el solaz y menores que serían entrenados para combatir. El warlord nos convocó y como es la costumbre, cada uno de los mandos elegía a la mujer con quién celebraría el triunfo. Cuando fue mi turno, apenas inicié una inspección somera y mis ojos acertantes hallaron a Sagal. Disimulando apenas mi asombro, rápido me acerqué a ella, la tomé de la muñeca y la pedí. Mientras la llevaba rumbo a mi habitación, las boinas rojas; escoltas del warlord, pararon nuestra marcha y manifestaron que esa presea ya había sido seleccionada por el líder. No volteé a verla mientras se la llevaban pues no tenía caso, ella ya estaba perdida.


Es durante el asedio cuando la descarga de la agresividad y de la muerte nos alcanzó. Poseídos del infinito mal arrasan con los campos, las mieses y con nosotros también. ¡Mataron a diez, a cientos, a miles! Había machetes con vida amputando a quien estuviera en su paso. Todo ardía en columnas sombrías y la gente se precipitaba despavorida sin dirección. “Que se oigan los gritos por cada rincón para hacer temblar a la entera nación”, gritaban las hienas.  Incluso las fieras del desierto lloraron.


Entrado el caos de la noche, un calor agobiante me despertó. Remojé mi rostro en el bebedero y repentinamente tocaron a mi puerta, abrí y allí, en el umbral estaba titiritando Sagal. Sentí una sacudida abrasadora y muchas cosas pasaron por mi mente: felicidad, gozo, pero sobre todo mucho miedo. La abracé y lloré con ella. Al paso de los minutos, llegó por fin lo que sería el desenlace de mi ansiedad. El warlord entró a mi habitación, observó a Sagal con una mirada dilatada producto de la ingesta de kat y percibió los índices de una orgía imposible. Desenvainó su machete, se aproximó a mí con la lentitud de una hiena seguro de su presa, me tomó de los testículos y posó en ellos la fría y filosa hoja metálica. Una vez indefenso, a merced del warlord, Sagal sacó de entre sus telas una daga y sin titubeos lo apuñaló una cantidad ilimitada de ocasiones. Seguramente las mismas veces en que el warlord la había hecho suya. Sagal, soltó el arma fatídica y como siguiendo una interdicción sacralizante llevó sus manos ensangrentadas a su rostro embadurnándose por completo. Por un breve momento quedé impávido, conocía a la muerte de cerca, pero aquello era abyecto. De pronto, las boinas rojas empezaron a forzar la puerta, así que me apresuré a tomar el machete y con todo el pesar de mi alma de un solo tajo degollé a Sagal. Ella yacía sobre el suelo entre sus trapos rebosantes de su asquerosidad y antes de que sus ojos se le dieran vuelta hasta quedar fijos, todavía se escuchaba el sonido de la sangre que brotaba de su cuerpo.



La sangre dejó de surgir de mi cadáver. No respiro más y me quedo hipnotizada. Me mira, lo miro. Se ve tan alterado que hasta se caga… ¡Alguien ha entrado! Dejo de escuchar y súbitamente reina la oscuridad.


                                                          


A partir de ese momento, todo era para mí. Yo era propietario del sol y la luna, de la tribu y de un miedo inconmensurable. En realidad así fue la verdad; ningún rastro, aparte de pequeñas minucias, no sé cómo decirlo… insignificantes.




*Historically, shifta served as local mitia in the lawless rural mountainous regions on the Horn of Africa. The word shifta can be translated as bandit or outlaw, but can include anyone who rebels against an authority or an institution that is seen as illegitimate. (Rethinking resistance: revolt and violence in African history. Brill Academic Publishers.)





Iván Medina Castro

imc_grozny@yahoo.com