jueves, 21 de marzo de 2013

La danza de las hienas, Iván Medina Castro



La danza de las hienas
Iván Medina Castro




Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley,


 es abyecta, pero el crimen premeditado, la muerte


solapada, la venganza hipócrita lo son aun más


porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal.


Julia Kristeva




It is unfortunate that our nation is rather too


 clannish: If all Somalia are to go to Hell,


tribalism will be their vehicle to reach there.


Mohamed Siad Barre




A Sagal Gabril




29 de noviembre del 2000, La Haya. Tribunal Internacional para el enjuiciamiento del presunto responsable, Abdi Kadir, por crímenes de guerra y otras faltas graves al Derecho Internacional Humanitario cometidos en la región de Woqooyi Galbeed, al norte de Somalia, durante la guerra civil a partir de 1991. (Resolución 666).


Es verdad, los propios beligerantes rara vez captamos las causas y derivaciones sistemáticas de nuestra barbarie, pero ésta situación jamás concluirá. Con excepción de la guerra entre Etiopía y Eritrea, en la última década los conflictos en el continente son dentro de los lindes de las propias naciones: guerras civiles, feudos tribales, choques étnicos, confrontaciones religiosas.


Allá, en Somalia, todos deseamos el poder, está en nuestros genes. Cuando fallece un warlord, hay muchos hermanos anhelantes por ascender en la línea de mando. El único objetivo es llegar a ser un warlord para así donar o destruir más riqueza que el rival y, al avergonzar a los oponentes, obtener la admiración y culto entre los incondicionales. Se dice que si la ley está en el warlord, el destino de los seguidores no es ni el poder ni el deseo sino la muerte. Mi caso fue diferente…




La cosa empezó así. En la antigüedad, existía un principio consistente en el hecho de que el clan es el refugio, el único lugar capaz de garantizar la seguridad cuando el mundo se desmorona, por tanto, un individuo se casaba en el interior de su clan con la intención de fortalecer la identidad del grupo. Después de la prohibición del clanismo durante el gobierno de Siad Barre, me comprometí en matrimonio sin tomar en cuenta las diferencias entre los clanes, ella Isaaq y yo Samaron, pues entendí que los problemas pasados habían sido superados. Eso creía entonces, hasta que viejas rencillas causaron el éxodo de mi gente. Abandonamos el lugar propio… ¡Fuimos excluidos del espacio!


La oralidad dice que los problemas iniciaron por el control de unos camellos y la posesión de algunas mujeres. En aquella época, los británicos irónicamente pudieron mediar en el conflicto, pero las diferencias de hoy son irreconciliables, la oposición interna se generalizó y la insurgencia basada en la afiliación al clan se desencadenó. Eso es debido, probablemente, al hecho de que bajo aquel cielo raso de tierra estéril, no cabe el mandato de cada uno de los jefes de los clanes.




Abdí es obligado a separarse de mi lado y no entiendo las razones. Se persigue a su clan y se les expulsa de la comunidad forzando el desplazamiento. “¡Al estercolero, al estercolero! Allí es donde pertenecen”, mi pueblo aclama. La gente apedrea a los que osan regresar.




Durante la diáspora, separado a sangre y fuego de mi esposa, de mi casa, de mi historia, fui reclutado por un grupo de shiftas*  con la única intención de recuperar nuestras tierras.


Les he de decir una cosa. En el caso de la masacre de los Isaaq, no tengo cabida en ello. Yo no estuve en Woqooyi Galbeed, ni ordené nada.  Me enteré del asalto a la población tan pronto regresó el warlord… y de la manera menos esperada. A la base llegaron tres camiones: en una venían los compañeros quienes celebraban emitiendo disparos al aire con júbilo. Dentro de los restantes vehículos aparecía el botín de guerra: mujeres para el solaz y menores que serían entrenados para combatir. El warlord nos convocó y como es la costumbre, cada uno de los mandos elegía a la mujer con quién celebraría el triunfo. Cuando fue mi turno, apenas inicié una inspección somera y mis ojos acertantes hallaron a Sagal. Disimulando apenas mi asombro, rápido me acerqué a ella, la tomé de la muñeca y la pedí. Mientras la llevaba rumbo a mi habitación, las boinas rojas; escoltas del warlord, pararon nuestra marcha y manifestaron que esa presea ya había sido seleccionada por el líder. No volteé a verla mientras se la llevaban pues no tenía caso, ella ya estaba perdida.


Es durante el asedio cuando la descarga de la agresividad y de la muerte nos alcanzó. Poseídos del infinito mal arrasan con los campos, las mieses y con nosotros también. ¡Mataron a diez, a cientos, a miles! Había machetes con vida amputando a quien estuviera en su paso. Todo ardía en columnas sombrías y la gente se precipitaba despavorida sin dirección. “Que se oigan los gritos por cada rincón para hacer temblar a la entera nación”, gritaban las hienas.  Incluso las fieras del desierto lloraron.


Entrado el caos de la noche, un calor agobiante me despertó. Remojé mi rostro en el bebedero y repentinamente tocaron a mi puerta, abrí y allí, en el umbral estaba titiritando Sagal. Sentí una sacudida abrasadora y muchas cosas pasaron por mi mente: felicidad, gozo, pero sobre todo mucho miedo. La abracé y lloré con ella. Al paso de los minutos, llegó por fin lo que sería el desenlace de mi ansiedad. El warlord entró a mi habitación, observó a Sagal con una mirada dilatada producto de la ingesta de kat y percibió los índices de una orgía imposible. Desenvainó su machete, se aproximó a mí con la lentitud de una hiena seguro de su presa, me tomó de los testículos y posó en ellos la fría y filosa hoja metálica. Una vez indefenso, a merced del warlord, Sagal sacó de entre sus telas una daga y sin titubeos lo apuñaló una cantidad ilimitada de ocasiones. Seguramente las mismas veces en que el warlord la había hecho suya. Sagal, soltó el arma fatídica y como siguiendo una interdicción sacralizante llevó sus manos ensangrentadas a su rostro embadurnándose por completo. Por un breve momento quedé impávido, conocía a la muerte de cerca, pero aquello era abyecto. De pronto, las boinas rojas empezaron a forzar la puerta, así que me apresuré a tomar el machete y con todo el pesar de mi alma de un solo tajo degollé a Sagal. Ella yacía sobre el suelo entre sus trapos rebosantes de su asquerosidad y antes de que sus ojos se le dieran vuelta hasta quedar fijos, todavía se escuchaba el sonido de la sangre que brotaba de su cuerpo.



La sangre dejó de surgir de mi cadáver. No respiro más y me quedo hipnotizada. Me mira, lo miro. Se ve tan alterado que hasta se caga… ¡Alguien ha entrado! Dejo de escuchar y súbitamente reina la oscuridad.


                                                          


A partir de ese momento, todo era para mí. Yo era propietario del sol y la luna, de la tribu y de un miedo inconmensurable. En realidad así fue la verdad; ningún rastro, aparte de pequeñas minucias, no sé cómo decirlo… insignificantes.




*Historically, shifta served as local mitia in the lawless rural mountainous regions on the Horn of Africa. The word shifta can be translated as bandit or outlaw, but can include anyone who rebels against an authority or an institution that is seen as illegitimate. (Rethinking resistance: revolt and violence in African history. Brill Academic Publishers.)





Iván Medina Castro

imc_grozny@yahoo.com





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