SUEÑOS ANDALUSÍES
(Relato)
Ahmed Mgara
En la plaza de la Iglesia de mi pueblo, Río Martín, se reunían cada tarde unos viejecillos que
celebraban sus nostalgias avivándolas con recuerdos de edades ya lejanas.
Casi nunca faltaban a la cita y siempre estaban, al
menos, dos o tres de ellos que se ponían a hablar de sus peripecias y de los
avatares de sus años mozos, ya muy lejanos.
Una de esas tardes, me senté sobre un banquillo de
piedra que había en el jardín, de
espaldas a donde ellos se dejaban reposar con sus tertulias, pero muy cerca de
ellos para poder oír lo que hablaba cada
uno en aquella apacible tarde con
tanto ardor y tanta pasión.
Empezaron a hablar de las noticias del mediodía, de
las iras de algunos gobernantes y de las guerras que se declaraban en países
lejanos, hablaron de fútbol y de muchas cosas más hasta que uno de ellos les
dijo, avivando nostálgicamente sus recuerdos de cuando andaba por el Feddán,
como veía el atardecer y el anochecer sobre el Gorguez desde el Monte Dersa:
"Recuerdo como la tarde otoñal empezaba a
desplazarse hacia el descanso del ocaso desde la cumbre espectral del Gorguez
mientras los radiantes rayos del sol, en desenfrenada lucha, se disputaban la inmensidad del cielo con las primeras
trenzas que del anochecer se dejaban desplomar sobre el gris frondoso que
corona las crestas de La
Torreta y de Ain Buanán.
El verdor de los pocos arbustos, que aún se resisten
a las agresiones del abandono, y de los diseminados pinares de la zona se
vislumbraba vestido de oscuras tonalidades que se confundían con sus sombras ya
casi desaparecidas de tanta extensión y propagación.
En el Monte del Gorguez todo parecía resistirse al
movimiento. Sólo el gris punzante de la tarde se veía extenderse paulatinamente
sobre la inmensidad y trepar por las sendas intransitables de tan bellos
parajes que, siendo rocosas, han sido siempre un deleite para las niñas de los
ojos más poéticos e inspiración para melancólicos “tetuanómanos” que dejan su nostalgia y su rima perderse entre los
suspiros de sus gargantas.
Los picos del Gorguez, llenos de curiosidad, se
asomaban desde sus cumbres y salvando las alturas para ver los gráciles e
inmaduros movimientos del Mhannesh que bailaba al son de la trágica melodía de
su cruento pasado. Me dio la impresión, por un instante, que se quería estirar
sobre el fango del río y dejar de afrontar las afrentas de los siglos y los
cementos que le fueron cambiando de vestimenta sin cuidar de sus bellezas
naturales.
Algunas golondrinas que sobrevolaban el Feddán se
unieron y tomaron rumbo hacia las cumbres del Gorguez en armoniosos vuelos que
dibujaban una voladora y mágica alfombra que se fue yendo y alejando con
inusual gracia hasta perderse entre las grises tonalidades que la huida del sol
dejaba desplomarse sobre la timidez del Gorguez.
Recuerdo como me paré en la Cornisa para contemplar la
policromía más singular que Dios ha creado en estas latitudes. Vi como las
cumbres procuraban resistirse a perder los colores tristes que las cubrían
decorosamente. Ciertamente, ante tanta tristeza y tanta amargura, me entraron
deseos de formar parte de la desolación del Gorguez y dejarme esparcir entre
sus cenizas.
Las luces de algunas de las casas empezaban a
evadirse de sus filamentos alumbrando sus cercanías, y algunos vehículos que
subían o bajaban el culebrón de sus carreteras iban, ya, con los faros
encendidos para guiar sus andaduras poéticas.
Mucha gente, que había pasado el día o la tarde de
recreo por tan bellos lugares, ya se disponía a regresar a pié a su nicho de
cada despertar para gozar del ocaso y de la policromía de sus proyecciones de
luz. Desde la Cornisa
se oían los cantos y las alegorías de esos viandantes llevadas por la envoltura
del mágico eco que allí siempre anida.
El Gorguez, ponedero de ilusiones y testigo de
gratos amores, descansaba sobre el nido de sus días de gloria vividas con
desmanes. Yacía en su atalaya rodeado de
ojos mugrientos y de aljibes frondosos que no dejaban de ofrecer a las ovejas y
a las cabras sus cristalinas aguas que les regala con su bondad soluble. Crecía
el Gorguez desde sus raíces para alcanzar las alturas más prohibidas y se
inclinaba, cada atardecer- después de anochecer- ante la magia de la trágica
belleza de la novia más aromada de Yebala, la Blanca Paloma
andalusí que le trae al Gorguez un
recuerdo de Granada y un jazmín que creció cerca del Darro y del destierro
andalusí.
No quise ser poeta ante tanto verso pétreo. Se
quebró mi prosa al vuelo de las mariposas que se escondían en La Cornisa para asomarse, por
la noche, y deleitarse con la corona del Gorguez cubierta de luces chispeantes
que sobrevolaban las distancias para anidar en los ojos soñolientos de mi
Tetuán nocturna".
Tras un susurrar de los allí presentes uno de ellos
empezó a recordar como amanecía cada alborada, tras cada noche, en la perla de
Tetuán cuando él se iba con sus amigos de la juventud al Gorguez para pernoctar
allí. Cargado de amargor y de tristeza, el buen hombre, muy pensativo, comenzó
a recordar y a contarles sus visiones a sus compañeros diciendo:
"Cierta noche, cuando se disponía a despedirse
de su negrura y el día empezaba a asomar su estatura desde la alborada que
anunciaba su llegada. Mi mirada, fija en el Monte Dersa que tenía enfrente,
sobrevolaba los destellos que se fragmentaban de la neblina que serpenteaba por
encima del Mhannesh como telaraña de desvanes en decadencia, y el frescor de la
noche emprendía caminos desahuciados hacia la infinidad de la mar que en Río
Martín se perdía entre el dulce bailar de las tiernas aguas y la chispeante
mocedad de las estrellas, casi apagadas.
Entre suspiro y susurro mi silencio se desvanecía.
Herida tenía el alma y, perdida en la lava de mis entrañas, mi prosa alzaba su
mutismo en recuerdo de tiempos que nunca habrán de volver por las huertas del
edén andalusí que enfrente yo admiraba. Mi visión se ahondaba en algunas
desperdigadas nubes que, sin mirar hacia atrás, encaminaban los aires que hacia
Granada las han de llevar, casi en
silencio, procurando pasar desapercibidas y no ser vistas. Ellas también tenían
sus sueños desparramados: ir al Darro y derramar su bondad crepuscular sobre la
ternura del río que lleva la gracia de la Alhambra como espuma
entre sus bailes de charanga y los lamentos de una Petenera nunca bailada.
Yo seguía allí, tras mi ventana de cristal y viendo
el tiempo pasar sin poder remediar el vuelo de las eras hacia recuerdos lejanos
que nada tenían que ver con aquel presente que ahogaba toda Tetuán en la
hoguera del olvido y en la ceguera del recuerdo.
Sabía que Tetuán, la novia enviudada antes de ser
esposada, iba a despertar de su letargo nocturno para embarcar en la frente de
sus sudores en un nuevo día que no la iba a dar absolutamente nada nuevo para
sus huecas alforjas. Sabía que Tetuán volvería a emerger de su noche trágica
para fundirse en las llamas de su día… y llegó el nuevo despertar sin traerle
nada a esa novia aromada que desde el Gorguez se vislumbraba como la doncella
más engalanada entre las mozas más deseadas. Acurrucada y dispersa sobre el
pinar de su capa alada, Tetuán se puso a cantar mientras la lluvia empezaba a
llorar perlas ensangrentadas, por ella y
por sus penas más lejanas
El sol ya tenía sus rayos casi presentes. Desde la
mar chispeaban las luces más tempranas y, empezaba a nacer el nuevo día, lleno
de ilusión y esperanzas vanas para la novia de Yebala, la perla mediterránea
que se quebró de una rama de Granada para caer en la tumba de los arrayanes y
de la albahaca.
Junto a la vieja muralla de la ciudad andalusí se
vislumbraba, ya, el serpentín de los gorriones que cubría, con sus sombras, la
cal blanca de las viejas moradas de los caballeros andalusíes que se recrearon
reconstruyendo Tetuán inspirados en sus Alpujarras y en sus sierras más
cautivadoras. El Dersa, coronado por la Alcazaba , se engalanaba de luz y de esperanza.
Los andalusíes, en Tetuán crearon una nueva morada
para exhalar su nostalgia y su edén perdido entre jolgorios y algarabías
desmesuradas. La adornaron con aromáticas plantas y lúcidas esperanzas. En
Tetuán dejaron verter su inspiración y sus artes más natas. Los gallardos
andalusíes creían que el cielo les iba a dar lo que en su Andalus habían dejado
por renuncias innecesarias y construyeron, para la Eternidad , un sueño que
tenían enterrado en Granada y en su vega profanada.
Tetuán, ramillete de llantos y de duelos seculares
que no le dan tregua al dolor y a la pena, cuna de la desesperanza y de las
largas esperas, descansa estirada sobre el pecho ardiente del Dersa como ninfa
desamparada. Vestida de blanco y envuelta de mugrientos verdores que los pinos
oxidados incrustan en su manto de harapos.
Llantos la envuelven en la madrugada. Espíritus,
benignos y malos, merodean las sombras que aún se vislumbran entre el salto que
dan entre la oscuridad de la noche y el claro, poco claro, del día que se aproxima
sobre la grupa del calendario. Se mueve mi Tetuán con los saltos gatunos
revolviéndose bajo su arrugada sábana de blanco tejido encalado con almidones
de siglos atrás, y yo, tras el rocío del cristal, me tengo que apresurar para
despertar y gozar con el albor de ese nuevo día que a Tetuán tampoco le va a
traer nada que esté por desear.
Tetuán, un día más, vuelve a sentirse aire sobre el
quejido de la tierra llenando sus aljibes de rumorosa poesía y de extensas
rimas en su versátil poesía. La tierra del amor, con sus nubes del norte,
acaricia las alas blancas de la blanca paloma que desde el Feddán llevará al Albaicín, como cada mañana,
arrayanes y agua de azahar".
Se callaron todos los allí sentados cuando, de
repente, se les unió otro compañero de tertulias tras salvar una verja y les
empezó a contar de su niñez y de cuando, cierta vez y muy de mañana, se quiso
acercar a Tetuán desde su casa de Río Martín.
Acalorado de emoción, contaba, casi gritando, su
visión de aquella mañana lejana y casi ausente de su memoria pero que coleaba
aún en sus baúles del recuerdo:
"Desde la orilla áurea de Río Martín la vi
encorvada sobre las sombras de su pasado, ella, la novia del agobio, descansaba
de sus glorias pasadas en silencio abismal. Estaba sola, estirada sobre la
mugrienta desolación de un Dersa que cada vez se denigraba más por las
profanaciones impunes de los cafres que lo circundaban y ultrajaban. Estaba
acurrucada y desvanecida, daba la impresión de que no se había despertado aún
de la resaca de la era anterior; embriagada y entristecida por los horrores del
abandono y de la intemperie afectiva, se la veía emulando su mocedad más lejana
en las desperdigadas hojas de un desvirgado almanaque secular que ya no tenía
sentido.
Estaba llena de ensangrentados recuerdos que la
llevaban por la inhóspita vivencia de su momento más crucial; perdida en sus
recuerdos y desmotivada en sus quebrados movimientos. Puede decirse que no
estaba sintiendo lo que realmente la rodeaba y que, sin darse cuenta, prefería
despedirse de su existencia y perderse en la nada que la entornaba.
En un minúsculo trozo de espejo roto empezó a mirar
sus bellezas desfasadas y los rasgos de sus restos mientras intentaba respirar
el poco aire que aún le podía llegar desde las lejanas montañas. Su mirada,
cansada y empolvada, apenas podía vislumbrar algo reconocible para su memoria
castigada y casi atrofiada. Todo le resultaba diferente y extraño a su antigua
y vertical compostura… no podía reconocerse de tanta decadencia y tanto
desbarajuste. No se quería despertar del símil de sus sueños para meterse entre
las crueles rejas de su doliente presente.
Río Martín estaba aún envuelto de la fascinante
manta que cada alborada lo envuelve con el rocío de la mar salada. Parecía,
desde Chumbera, una joya engalanada de estelas y saetas que bailaban su
sinfonía más singular y, llegando a Huerta Bernal, volví a mirar desde la
lejanía, la sábana blanca que tapaba a la novia amargada de las miras de los
que la querían profanar. Ella estaba casi dormida y se resistía a su nuevo
despertar, pero no podía remediar los arcos de luz que desde la mar andalusí
iban atravesando los cristales celestes que la protegían de la negrura de la
noche anterior.
Seguí caminando sin mirar por donde pisaban las
alpargatas que albergaban mis pies, asfalto y tierra locuaz iba yo pisando
acompañado del recital que cada amanecer ofrecen los jilgueros y las aves
migratorias que hallaban en nuestros árboles morada pasajera en sus
migraciones; pero no podía perder de vista a la novia maltratada que dibujaba
una cenefa blanca sobre los pinos verdes del Dersa.
Aquella mañana
tenía mi alma ganas de regocijarse y emprendí el camino más soñoliento
que los mundanos podíamos cruzar en aquellas épocas de la nostalgia y del
humanismo más omnipresente. La alborada invitaba a disfrutar de sus jardines y de sus pecados más lúcidos,
y yo, con alma de niño y espíritu travieso, cantaba mientras seguía picoteando
pausadamente uno de los tres racimos de uva moscatel que había arrancado de sus
aposentos tras alargar mis manos hacia la parra más cercana a la verja de caña
para que me hiciesen compañía en mi recreo matutino.
No era vino el líquido que se desprendía de aquellas
uvas, pero a mí me embriagaba igual o más al sincronizarlo con la blancura del
manto de la novia de yebala que gemía frente al Gorguez.
De repente se rompió el silencio en pedazos. La
solitud del lugar me hizo sentir algo de miedo esporádico que fue
desapareciendo al ver el color rojo-pimentón de la Valenciana acercarse
entre los arbustos que se avecinaban en mi caminar. El saludo del conductor me
tranquilizó un poco más y decidí volver
a la playa pensando en recoger la red con los pescadores y reírme un
poco con Buyahaj mientras estemos tirando de las cuerdas de las redes cargadas
de peces y de corales.
Aligerando el paso me encaminé de vuelta hacia Río
Martín embebido de aire limpio y de panoramas
naturales muy peculiares. El sol me daba de cara mientras dejaba las
azoteas de los caserones bajo los filamentos de sus rayos, y yo seguía cantando
canciones de Joselito y de Antonio Molina que, en aquel entonces, eran origen
de inspiración para todo el vecindario.
Atrás quedaba la silueta recostada de Tetuán, la
novia más ilustre de la desesperanza y mi niñez siguió el jolgorio de la edad
de un mediterráneo que nació cerca de la placidez de la mar que baña a diario
la costa martileña de nardos y de burbujas almidonadas.
Muchas veces, después de acercarme a la madurez, me
pregunté si realmente valió la pena caer preso de los quereres y de los encantos
que destellan desde Tetuán…y desde el Feddán”.
Cuando se calló el viejecillo otro de sus compañeros
exclamó que no sería justo en aquella tertulia que no se hablase del Feddán,
corazón singular de una ciudad que fue perdiendo su verticalidad con el trueque
de las hojas de un secular calendario. Él había participado, según afirmaba, en
la toma de Teruel y estuvo en el cerco de Madrid antes de ser enrolado en la
guardia del Caudillo; decía también, que le habían dado una medalla que nunca
pudo colgar en su solapa porque se puso mugrienta con el clima de poniente que
hay en Tetuán. Se le oxidó, en definitiva.
Y dijo el buen hombre, envuelto en su chilaba
acanelada y algo gastada por el pasar de los tiempos aunque, todo había que
verlo como era, estaba muy limpia:
"Sobre las ocho palmeras del Feddán se extendía
un policromo abanico de anaranjadas sinfonías que anunciaban la llegada de un
nuevo ocaso. Las golondrinas sobrevolaban la inmensidad del espacio atravesando
la plaza de norte a sur en sincronizados vuelos que dibujaban angelicales
versos llenos de alma y de paz.
En los cafetines que circundaban el diámetro opaco
de la antesala del cielo se dispersaban las sillas carcomidas alrededor de unas
mesas con cobertura de mármol blanco tatuado de difusiones negras propias sólo
de los mármoles de Macael.
Entre chilabas arraigadas y gorros de variopintos
colores rojos y albinegros se vislumbraban rostros cansados de tantos años de
ires y venires por los avatares de la existencia. Muchas arrugas y muchas
oquedades en los bolsillos disecados de tanta necesidad y aprietos. Gente muy
mayor que hablaba de sus hazañas en Teruel y en el cerco de Madrid, de Sevilla
y de la toma del Alcázar de Toledo con nombres de militares que ganaron una
guerra en la que tomaron partido a cuenta de no se sabía quién.
Atravesando las andalusíes rejas de los cafetines,
se escapaban notas de fastuosas canciones que emitían los gramófonos con voces
de Om Koltum y Abdel Wahab desintegrando la sensibilidad de quienes se
deleitaban con sus genialidades.
El Feddán, lleno de orgullo, se levantaba sobre su
pedestal para oír mejor a los muecines de los santuarios, que protegían sus
encantos de las manos de las eras, llamar a la devoción de la oración de cada
ocaso. Se pararon los gramófonos haciendo parar las fichas de dominó y dejando
descansar las hojas de las desfasadas y gastadas barajas de cartón. Se podía
ver como las abejas dejaban de reposar sus vuelos sobre la menta ahogada en los
vasos de té más azucarados.
Algunos gatos circundaban los lugares más recónditos
procurando apartarse de los muchachos traviesos por temor a patadas que los
enviaban a vuelos tempranos que muchas veces acababan con algún miembro de los
felinos roto. Mientras, algún can desvalido y sin amo que cuide de él, va
descarriado buscando algún resto de bocata que algún cafre pudiera haber tirado
al suelo.
Las luces de la calle, las que no tenían fundidas
las lámparas, empezaban a chispear poco a poco alrededor de la plaza y, algunas
parejitas empezaban a dejarse ver dando su paseo de cada atardecer para llenar
los pechos de olor a naranjo y romance. Mientras, otros empezaban a ocupar las
sillas que aún estaban libres y se preparaban para llenar la pipa de su sebsi
con la hierba blanda del kifi.
Las palmeras del Monte, como cada tarde, empezaban a
codearse intentando elevarse más que las otras compañeras moviendo sus verdes
melenas que desprendían rocío en el rugir de sus bailes. Recuerdo que, incluso
la alfombra mágica que cubría el suelo del Feddán empezaba a dar la impresión de
que se movía por efecto del vientecillo que empezaba a soplar para refrescar la
calidez del día.
Una vez, nos decía una sabia mujer del lugar,
incluso la luna se bajó de su balcón de plata para peinar la alfombre y, luego,
regarla con agua de azahar y perfumes extraídos de Bagdad por una hada que
halló en Tetuán la morada perfecta para su bondad.
El Feddán volvía a resurgir cada tarde igual que
resurgía en el alba. Es más, nunca se resquebrajaba. Era todo alegría y
jolgorio. Alma y poesía engalanada con la flor más perfumada y la musa más
deseada. No tenía, el Feddán, sensualidades que no fueran sublimes sensaciones
de elegancia y de mágicas composturas.
Fue nido de nuestra niñez y atalaya para nuestros
sueños. Lo recorríamos o andábamos con tanto cuidado para no estropear su
alfombra, que sentíamos nuestro cuerpo volando de alegría y de ilusión. Éramos
niños felices atravesando los coros de viejecitos que no tenían más futuro que
sus recuerdos de la guerra de Franco que ganaron pagando caramente la medalla de
latón que les pincharon en el pecho y las dos perras gordas que recibían por
ser antiguos combatientes del ejército español, el ganador y no el perdedor.
Así son los recuerdos de mi niñez en la adorable
plaza del Feddán. Edénica plaza del pueblo donde siempre se sintió la fusión de
lo espiritual con el alma de cada ciudadano. Plaza que obligaba a la poesía a
brotar de lo más recóndito del alma para deleite de quién la podía necesitar.
De aquel viejo Feddán solo quedan las ocho palmeras que llevan, cada una de
ellas, el nombre de una ciudad andalusí y los recuerdos en la alforja de cada
vividor y de cada ave que aún sobrevuela el lugar".
Cansado de oír tantas beldades en aquel sueño
envuelto de despertares, me encaminé hacia la casa de mi abuela, morada en la
que nací, para descansar y recapacitar sobre el pasado poético de aquella novia
andalusí que, aún enlutada, se viste de blanco cada madrugada para regalarles a
sus vecinos su sonrisa perfumada de nardos... y de olvidos.
AHMED MOHAMED MGARA... EN LÍNEAS.
Tetuán- Marruecos
Ahmed Mohamed Mgara nació en Río Martín –a 9 Km. de
Tetuán y a 100 metros del Mediterráneo- el 19 de agosto de 1954.
Siendo su padre uno de los archiveros de la ciudad,
Mohamed Mgara (1913-1990), creció entre fotografías y publicaciones.
Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Tetuán. Mientras que los universitarios los efectuó en Andalucía, Málaga y Granada, donde estudió Ingeniería Técnica Industrial y Graduado Social.Empapado de los usos y costumbres de los pueblos mediterráneos, es la vida social y la poesía comprometida su primordial interés.A los 14 años, en septiembre de 1968 publicó por primera vez en un periódico nacional marroquí.
Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Tetuán. Mientras que los universitarios los efectuó en Andalucía, Málaga y Granada, donde estudió Ingeniería Técnica Industrial y Graduado Social.Empapado de los usos y costumbres de los pueblos mediterráneos, es la vida social y la poesía comprometida su primordial interés.A los 14 años, en septiembre de 1968 publicó por primera vez en un periódico nacional marroquí.
En España, fue en 1975 cuando colaboró en la
creación de una revista. En 1982 publica como reportero gráfico de prensa
la primera de las más de dos mil fotografías que lleva publicadas, a más
de 6000 artículos de información, de opinión o literarios en más de sesenta
periódicos y revistas de ocho países.Publicó once libros en
español: “Tetuán... embrujo andalusí”, editado por “el Eco de Tetuán” en
1997; “Desde Tetuán, con amor”, “El Puente” 2003;“El cine español y
Marruecos” 1903-2003, Tamuda 2004;“Divagaciones”, Asociación de Escritores
Marroquíes de Lengua Española 2005; “El Mogreb Atlético de Tetuán, el mito”,
Asociación de Prensa Mediterránea, 2006;“Tetuaníes en Madrid”, Peña REMATE,
2008;“Presencias”, Asociación Ingenieros para el Medio Ambiente y el
Desarrollo, 2008;“Calle del agua” Sial Ediciones, junto con José Sarria,
Abdellatif Limami, Manuel Gahete y Aziz Tazi, 2008; “Resonancias”,
Fundación Dos Orillas- Algeciras, 2009; “La mujer en la poesía hispano
marroquí”, Antología, Fundación Dos Orillas- Algeciras,
2009;“Marruecos en español”, A.D.AC., Tetuán- 2011; "Embajadores
de excepción", Peña REMATE, 2012. Parte de su obra escrita en español
está integrada en 23 antologías, en España, Marruecos, Venezuela y
Argentina.Participó en varios coloquios nacionales e internacionales como
archivero, escritor en español y periodista.Colaboró con varias emisoras de
radio de Málaga, Tetuán, Rabat y Tánger en diferentes épocas. También hizo
televisión en emisoras de España, Marruecos, Arabia Saudita, Estados Unidos y
Japón. Creó un periódico en 1996 “El Eco de Tetuán”, en su tercera época.Desde
2003, su biografía forma parte de la “Enciclopedia de Personajes del Mundo
Árabe”, editada en Beirut, en inglés.Coordinó los dos primeros “Encuentro
Hispanomarroquí de Poesía” celebrados en Tetuán en 2009 y 2011. Como
escritor fue homenajeado por varias Instituciones como la Dirección Regional
del Ministerio de Cultura Tetuán- Tánger, la Fundación José Luis Cano de
Algeciras, la Asociación de Ex jugadores del Mogreb Atlético de Tetuán, entre
otras.Entre los premios obtenidos por el
escritor, figura el Primer Premio Mariano Bertuchi de Cultura que otorga la
Fundación Dos Orillas de la Diputación de Cádiz
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