lunes, 18 de marzo de 2013

Vigneron, Iván Medina Castro


Vigneron
Iván Medina Castro



Habían pasado varios meses desde mi gloriosa graduación con pompas y fanfarrias en la prestigiosa escuela de enología, la Autónoma Universidad de Garonne en Bordeaux. Y yo, aun sin una ocupación digna de un servidor a Baco. No estaba preocupado por el dinero, pues aun me quedaba un sólido ahorro en plata de mis comisiones en la elaboración de un rosado vulgar de los lastimeros viñedos de Labarde que había decidido guardar de bajo del colchón. “Rouge Petit” fue el ridículo resultado de mis variedades mezcladas en proporciones desconocidas entre el mosto cabernet franc y cabernet sauvignon. Un vino           -dejando a trás la crítica del triangular y ámbar envase y su deficiente carta de añada- carente de cuerpo y nulo equilibrio en la acidez; acerbo, entre muchas otras cosas. Con toda franqueza, un caldo -como bien diría con total propiedad mi venerado maestro de primer semestre, monsieur Balzac–: “incorrecto”; sin embargo, pese a la inconexión del vino, el pillo del tendero vendía en la “Dauzac” cajas de veinticuatro botellas como si la bebida fuese de grand cru. ¡Increíble! En verdad no sé cómo le hacía aquel carcamán en lograr tan excelente salida a un rosado que de dominación y origen sólo daba fe la etiqueta. Pero eso a mi me importaba un escobajo, él me pagaba por mis conocimientos buena guita y listo.

Mi verdadera intranquilidad se centraba en la falta de una oferta laboral al nivel de una persona que posee la ciencia del vino, además de ser galardonado numerosas veces por mis infalibles fichas de cata. Desde la pasantía solicité empleo en las tres más importantes bodegas productoras de toda Francia y quizás del Mediterráneo: Groupement Agrícola Moncier Albert Long Depaquit, Maison Albert Bichot y sobre todas ellas: Château Margaux. Tenía muy claro que en la adquisición de un trabajo de tal nivel requeriría de la virtud de la paciencia, la cual, siendo honesto carecía completamente.

Las semanas transcurrían pesadamente y en mi teléfono ninguna llamada de las esperadas. Estaba hecho un impaciente gorilón, ya no se me ocurrían otras actividades a realizar además de las acostumbradas, así que aprendí a jugar ajedrez, leía libros de temas relacionados con la bebida sagrada y ocasionalmente componía algunos tangos para ejecutar en la guitarra. Reconozco, de no ser por el musée du Vin, ubicado a dos cuadras de mi departamento, el semanario vinícola editado y publicado por el club de gourmet vinos de gran clase y mis constantes compras de fermento de todo el mundo estaría sumido en una crisis depresiva. 

Mi economía se esfumó antes de lo previsto y mi tacaña novia, Odred, rehusaba seguir pagando la renta argumentando una sarta de boberías, entre las cuales, hacía mayor reproche al popular análisis organoléptico ofrecido cada viernes en la vivienda con algunos allegados colegas. Bajo semejante desfachatez, me vi en la necesidad de buscar al viejo Labarde y volver a colaborar con él, sólo que esta vez, le exigiría realizar claretes amplios de verdadera crianza con cien por ciento variedad pinot noir del viñedo de Chambertin, y por supuesto cesar con el timo a los consumidores, todo por la nobleza del vino. Pues la máxima dice: ¡No hay malos vinos, sino malos productores!

Fui al barrio argelino y estando de frente al “Dauzac” se encontraba con las cortinas metálicas cerradas, sucias y descuidadas, además de dejar ver enormes sellos amarillos del ministerio de finanzas con la leyenda “clausurado”. No fue difícil inferir que la policía comercial había pillado al bonachón en el fraude de las etiquetas. Suerte tuve al alejarme a tiempo del señor Pierre -pensé en mis adentros- e inmediatamente me fui de aquel sitio, pues no quería involucrarme y volver a ser fichado.

Cabizbajo, de regreso a casa, decidí bajar del metro a cuatro paradas antes de la correspondiente estación para poder meditar y quizás al andar vislumbrar alguna solución, o mejor aun, una buena excusa para Odred y así convencerla de pagar la mensualidad. Tomé camino por la avenida central De Gaulle –la arteria comercial más bella de París- y al kilómetro de mi andar me encontré con la inauguración de un lujoso restaurante de comida Madrileña. Me llevé la sorpresa de mi vida, necesitaban urgentemente cubrir el puesto de sommelier pues repentinamente el tipo a quien se le asignó el cargo regresó a su tierra. Yo estaba hecho un incrédulo. Hablé con el gerente, presenté mis cartas de recomendación y sin basilar acepté la posición. El empleo resultaba interesante, el restaurante gozaba de una gran variedad de los más famosos vinos españoles, lo que me ayudaría a ahondar en mi laxo conocimiento sobre los caldos ibéricos. Al mes de laborar ya estaba harto, me sabía de memoria toda la cava del lugar, la cual, por cierto, me prohibieron degustar, me tenían trabajando horas extras sin paga y el sueldo era raquítico.

Tomé la decisión de presentarme a mi faena por última vez ya que se decantarían unas botellas de vino blanco de Navarra Gran Reserva de los viñedos de Irache de 1945, un excepcional año, un deleite a experimentar. Todo trascurría con una tranquilidad oportuna permitiéndome escuche detrás de mí la conversación acalorada de dos elegantes caballeros portugueses discutir sobre el exorbitante monto dispuestos a pagar por poseer en sus manos el envase premier grand cru classé Château Margaux subastado en la mansión Gironde de París el día de mañana.

Gracias a mis habilidosas manos estaba en primera fila, sentado en una de las cómodas y exclusivas butacas de la Gironde. Siguiendo con la puntualidad del programa, se presentó imponente ante nuestra incrédula mirada una de las dos raras botellas con fecha de 1771 en perfecto estado, halladas dentro de uno de los féretros de las catacumbas bajo los escombros de un templo católico romano. El monto al comenzar la subasta fue de cincuenta mil euros, y así, sucesivamente aquel manjar iba incrementando su antigüedad en oro. Súbitamente, desconcertando a los asistentes, una falla eléctrica extinguió la iluminación por escasos minutos siendo aprovechado por mi impulso a la posesión de codiciado tesoro. Abrí tanto como pude los ojos para captar el más ligero haz de luz en el salón y tras algunos tropezones me acerqué tanto como creí prudente al podium, estiré mis brazos temblorosos sosteniendo como pude el áspero envase y cuando sentí tenerla salí pronto del recinto sin ninguna complicación. Había sido todo un triunfo.

En la seguridad de mi hogar, contemplé absorto por algunos días la botella, analicé su carta de añada e investigué todo lo referente a tan magnífico y único ejemplar, hasta decidir finalmente degustar su caldo revitalizante como si se tratase del elixir de la vida. Descorché con ansia el acerado corcho y sutil delicia, un extaciante aroma emanó cual genio benefactor impregnándose por doquier. Mis frustraciones desaparecieron a tan alborozada felicidad. Preparé unas copas de vino de cristal cortado -pulcramente pulidas-, que a la merced de la uniforme luminosidad diáfana del sol, observé maravillado tan intensos destellos de un matiz rojo ocre. Llevé a mis belfos el arterciopelado líquido e ingerí hasta la última gota, saciado al lograr la catarsis, me encerré en mi alcoba y noté parpadear la fuerte ráfaga roja en la máquina de mensajes, presioné el botón para escuchar mis recados y claramente una apacible voz bacante decía: “Garçon Louis Combes, se le invita a concertar lo más pronto posible una entrevista con la directora de recursos humanos de Château Margaux”, me acosté en la cama y dormí profundamente con la bendición de Dionisio.

A la semana del exitoso robo en la Gironde, el periódico “Le monde” en su primera plana anunciaba el hallazgo del criminal quien fuera encontrado muerto en su lecho. En entrevista exclusiva con la dueña de los vidueños de Château Margaux, Corinne Mentzelopoulos, nos confirmó sobre el fuerte contenido en arsénico de los dos vinos subastados, ya que de acuerdo al último informe antropológico de los cuerpos encontrados dentro de los ataúdes, una muerte comunal se había desarrollado en la abadía producto al consumo del vino.





imc_grozny@yahoo.com



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