lunes, 18 de marzo de 2013

No me olvidarás, Artemio Saúl Castro Arvizu Ericast


No me olvidarás

Artemio Saúl Castro Arvizu Ericast

A media noche tres camiones se desviaron cien metros adentro de aquel paraje solitario. Una excavadora preparó la fosa y para dar tiempo, un cinturón de seguridad evitó la presencia de vehículos, civiles u algún encapuchado armado. En la selva lacandona los pinos hicieron sombra y la consigna se llevó acabo. Los soldados bajaron los bultos negros a toda prisa. Pero un bulto no cerró por completo. Abel se acercó y alumbró con su lámpara el contenido: era un niño indígena tzotzil, de casi diez años, paliacate rojo al cuello e hilos de sangre del orificio en su frente; sus ojos, aún abiertos, parecían mirar de forma directa y sin temor. Dos segundos bastaron para que esa mirada penetrara más explosiva que una ojiva, a incrustarse en la culpa de forma expansiva; la cual bajo la oscura complicidad gritaba sin pedir compasión ni perdón: ¡Tú, no me olvidará! En dos segundos ese pequeño fantasma se transfirió a la memoria del testigo castrense.
          Dos semanas después, el 22 de diciembre de 1997, suscitó aquella anunciada masacre. Desde ese momento empeoró la perturbación de Abel, hasta culminar en depresión aquella Nochebuena. Comprendió que no tenía el perfil para esa misión. Cuatro días después Abel desertó del ejército y huyó hacía la sierra potosina, pero la imagen infantil continúo avasallándolo cuando su hermano de diez años y su esposa embarazada lo abrazaron para celebrar el año nuevo. Abel lloró en silencio y nadie comprendió a plenitud el motivo de aquellas lágrimas internas que cayeron hasta el amanecer entre mezcal y humo de cigarro.

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